lunes, 7 de julio de 2008

El pasado

Un estrepitoso golpe le sacó del agradable sueño en el que estaba sumido. Sin tiempo para reaccionar, un millón de pisadas iracundas subieron las escaleras sin miramientos plantándose frente a su cama y entonces lo comprendió todo, el gran día había llegado.

Nunca pensó que fuese a ser así, esperaba que le asaltaran fuera, en la calle. Su domicilio siempre le había parecido un lugar seguro, pero de la misma forma que se construyen las puertas, se derriban. Es más, lo segundo es aún mas fácil y no se necesita ser un virtuosísimo ebanista.

Intentó levantarse, pero un violento golpe en el pecho volvió a tumbarle sobre el colchón, después otro en la cabeza. Comenzó a notar la cálida viscosidad de la sangre resbalando por su cabeza y el liquido rojo inundó sus ojos y su cara hasta sus labios. Ya casi había olvidado ese sabor salado, pero al momento le trajo mil recuerdos. De lucha, de pelea y de crueldad, de todo aquello que siempre quiso enterrar.

Un golpé, y otro, y otro más. Y, por fin, aliviado, perdió el conocimiento. No esperaba despertar, pero lo hizo. Las punteras de sus pies desnudos arrastraban por el suelo, desgarrándose sus dedos por el áspero contacto con el suelo. Lo llevaban a rastras, eso podía saberlo aún sin abrir los ojos.

Aunque abrirlos de poco le sirvió, pues una oscuridad densísima lo envolvía todo. No reconocía a ninguno de los encapuchados que le rodeaban, pero daba igual. Eran personas tan anónimas como él mismo. Pero en un bando distinto. Los encargados de encargarse de él. Del mismo modo que el fue el encargado de encargarse de alguien en muchas otras ocasiones.

Conocía el desenlace de esta película mucho antes de que nadie le sacase en la noche de su casa por la fuerza. Lo conocía desde el primer día en que empuñó un arma. Sabía que cada asesinato que había cometido bien podría haber sido el suyo. Siempre había sabido que jamás alcanzaría la vejez. Y siempre evitó tener una familia, porque conocía de antemano el desenlace.

Sus pensamientos cesaron junto con los pasos de sus captores. No esperaba ni que le obligasen a cavar su propia fosa, ya que ningún interés había en enterrarle. Es más, su cuerpo inerte sería un aviso. Un grito de guerra reivindicando una causa contraria a la que él había abrazado. Igual de absurda, igual de cruel, igual de cruenta.

Todo sucedió rápidamente. Una patada en la pierna, por detrás, hizo que sus rodillas se hincasen en el suelo. Un roce helado en su nuca como prefacio del fin y ni siquiera llegó a escuchar el ruido del percutor detonando el proyectil. Y después...Después nada.


[Procura recordar bien tu pasado, jamás podrás escapar de él]



Dimitri lamenta no actualizar regularmente durante esta temporada, pero circunstancias ajenas a él le impiden dedicarle mucho tiempo al mantenimiento de este espacio. En breve se volverá al ritmo normal.

martes, 24 de junio de 2008

Nahr Al-Bared

Unos sonidos secos y atronadores asustaron a sus pensamientos haciéndolos escapar y le devolvieron a la realidad. Se sorprendió de que las detonaciones aún consiguieran llamarle la atención. Allí siempre habían resonado más disparos que risas.

Ya ni siquiera corría a esconderse, había aprendido a calcular la distancia a la que se producían por la intensidad del sonido y aquellos se encontraban, como mínimo, a un par de manzanas de allí. No se preocupó.

Desde que él conocía, la misma mierda inundaba aquel lugar aislado del mundo. A veces más líquida, a veces más espesa, pero siempre la misma mierda. Allí no llegaba la televisión, ni los periódicos, ni las resoluciones de la ONU, y apenas llegaban la comida y el agua. Algunas barriadas de aquella necrópolis de muertos en vida estaban tan aisladas unas de otras, que ni siquiera llegaba la luz del sol.

Miró a su alrededor. Una calma tensa lo envolvía todo, como el leve siseo de la mecha ardiendo antes de la explosión y, en este caso, lo de la explosión jamás podría interpretarse como una metáfora. Los disparos habían cesado. Pensó en qué vida habría sido atravesada por el plomo en esta ocasión, pero ni siquiera se entristeció levemente. La última vez que lloró fue el día que una ráfaga de munición destrozó el cráneo de su padre, y con él su infancia. Desde entonces, sus ojos habían permanecido tan secos como el trozo de tierra en el que vivía.

Porque eso era aquello, simplemente un trozo de tierra árida en el que residía de prestado incluso antes de nacer. Su padre llegó allí cuando tenía su edad, y él no conocía nada más allá de aquel lugar. Ni siquiera era su tierra, porque el no tenía tierra. Era un apátrida, un desplazado, un refugiado en una acumulación de pobreza, ira y violencia condensadas, que bien poco tenía de refugio.

Esta era su realidad. Una realidad que no era capaz de entender. Las historias de los más viejos contaban como hacía más de treinta años, su gente comenzó a llegar hasta allí, huyendo de las bombas que arrasaron Gaza. Una historia cargada de odio visceral que se heredaba de generación en generación, como una enfermedad que les devoraba las entrañas y el alma. Que les obligaba a prender los regueros de pólvora…

Él rateaba y mendigaba a partes iguales en las zonas más turísticas de Trípoli, intentando juntar unas monedas con las que aportar algo en casa, por poco que fuera. En una ocasión, un matrimonio extranjero se interesó por él y, utilizando al guía como interlocutor preguntaron:

- ¿Dónde vives, pequeño?

- Yo no vivo, sobrevivo. Nací en Nahr Al-Bared.

lunes, 23 de junio de 2008

Azucar


Desde que tú no estás, me dan bajones de azucar...

Dimitri.

lunes, 16 de junio de 2008

Sin escape

Sentado sobre el respaldo de un banco del paseo marítimo, fumando hierba, así es como comenzo a observar al mundo.

Miles de personas pasaban por allí a diario, pero podían reducirse a 4 o 5 patrones que se repetían continuamente con alguna que otra variación sin apenas importancia. No pretendía pararse a conocerlos a todos.

A ciertas horas la vía era un mar de gente, había demasiadas tiendas en aquella calle como para que no pasase nadie. Parecía una gran zona comercial, con colores y luces llamativas, que facilmente podrian confundirse con clubs de alterne. Al fin y al cabo todo se reducía al vicio.

La gente entraba en cada establecimiento con las manos vacías y salía con ellas llenas de bolsas, pero lo que ahora se encontraba vacío eran sus bolsillos. Un continuo flujo de dinero y productos, bienes materiales o servicios efímeros, ganar y gastar.

Esa misma gente que salía de la tienda con cara de satisfacción era la que los domingos rabiaba por el trabajo del día siguiente, la de las jornadas interminables, la que pringaba los puentes y maldecía a sus jefes, la que se rompía la cabeza con curro de esclavo para llegar a fin de mes.Y en los ojos de una mujer que formaba parte de ese conglomerado de gente lo vio. Sistematización colectiva. Un fugaz y pasajero sentimiento de complacencia feliz con cada adquisición. Una sonrisa comprada junto con un artículo, que en el mejor de los casos tan sólo duraba unos días. Una esclavitud del dinero bien sobrellevada porque, en este "estado del bienestar" todo el mundo puede consumir, aunque sea poco.Y no es todo culpa de esas personas... de hecho no lo es la gran mayoría. Un entramado sólido y bien montado que envuelve como una red a la sociedad en la que vivimos. La sociedad de consumo, la de la impaciencia y la avaricia, la del color del dinero.

Pero en ese momento cayó en la cuenta de algo verdaderamente molesto. Para el porro que seguía fumando, había utilizado un Marlboro. Calzaba unas Nike, un pantalón Circa y una camiseta de DC le envolvían y unas Rayban escondían sus ojos.

¿Un iluminado?....... Tan sólo un diente mas del engranaje.



[Pic: Banksy]

martes, 10 de junio de 2008

La historia de otro... (VI)

dr

El chirrido de las aspas de aquella máquina de ventilación oxidada ya no le sacaba de quicio. Simplemente, se había convertido en una enervante sinfonía que acompañaba a cada uno de los ruidos que se producían fruto del trasiego de los obreros en la fábrica. Cada uno de ellos, a modo de desafinados instrumentos, sumaba un nuevo estímulo sonoro al paisaje semioscuro y grisáceo que conformaba aquella factoría industrial.

La luz se filtraba desde fuera por los huecos que las aspas dejaban al girar, perminitiendo que haces intermitentes golpeasen el suelo, apenas iluminándolo. Un tenue manojo de rayos de un sol tibio que le recordaba que fuera, tras los muros de aquella vieja fábrica, aguardaba el resto de un mundo que apenas conocía.

Sabía que estaba comenzando a oxidarse. Como el ventilador. Como todo dentro de esa factoría. El tiempo, inclemente con cosas y personas, hacía que el ambiente allí se cubriera de herrumbre paulatinamente, en un proceso del que ni siquiera los trabajadores más veteranos llegaban a recordar muy bien el comienzo. Cuando él entró por primera vez, todo se encontraba carcomido por el óxido ya. La diferencia era que ahora, era él el que estaba empezando a oxidarse.

Había pensado demasiadas veces en largarse, en dejar todo aquello sin saber muy bien hacia qué o hacia dónde encaminarse. En marcharse, casi sin despedirse, y sin sopesar siquiera la posibilidad de volver. Allí no había futuro para él, o al menos no el futuro que el quería. Lo cierto es que la posibilidad de volar hacia delante siempre le había asustado, pero al fin y al cabo, ¿qué tenía que perder?

Ensimismado y ausente entre esos pensamientos de huída parecía encontrarse a miles de kilómetros de allí. Como perdido en su propia cabeza, un abismo tan profundo que acallaba incluso los ruidos de la siderurgia en la que estaba comenzando a perder la vida. En ese instante, la voz de un compañero le sacó de su aparente trance:

- Joder, Dimitri – le gritó – esto es una fábrica de aceros. Si no estás atento, terminarás con los pies aplastados por alguna de las piezas. ¿Dónde coño tienes la cabeza?

El joven levantó la mirada, aún medio distraído entre sus pensamientos, cómo si la visión de su compañero de trabajo fuese una más de ideas que su cabeza entremezclaba:

- Estaba pensando en marcharme. – contestó –

- ¿En marcharte? Vamos, no digas estupideces, aún nos quedan más de tres horas de turno.

- No me has entendido, Lukas. No importa el tiempo que falte para que suene la sirena. Ya no. Estoy pensando en marcharme, en irme de verdad.

- ¿Ah sí? ¿Y qué piensa hacer el señorito con su vida? No seas estúpido Dimitri. Esto es lo mejor a lo que puedes aspirar.

- Sólo sé que no voy a seguir aquí ni un día más. Hoy voy a marcharme. Pienso escribir el comienzo de mi historia, como cualquier otra de las que he escrito.

- Piénsalo, ¿quien va a ayudar a un pobre diablo como tú? Sólo eres un polaco que no tiene nada más que su pluma. ¿De qué me hablas? Me estás hablando de comer poco y mal, de pasar los días con el frío aferrado a tus huesos, de dormir en la calle, de dificultades que terminarán destrozándote. Me estás hablando de una vida mucho peor que esta.

- No Lukas, te estoy hablando de libertad.





[Pic: Ventilador de fábrica oxidado - Bosnia 2008 - Laura Chacón. www.flickr.com/laurachacon Una vez más, gracias por ser mis ojos.]

jueves, 5 de junio de 2008

La Puta Calle

Su caminar errático no conduce a ninguna parte. Casi nunca anda con un destino concreto. Suele pasarle a quienes no tienen dónde ir. Se limita a vagar de un lado a otro, inmerso en pensamientos poco concretos e inconclusos, que le rodean como una bruma que no le permite ver el resto de las cosas. Como inmerso en otro mundo.

Tiene la mirada perdida en una realidad que ya apenas le resulta familiar. Conoce las calles por las que su vida discurre como la palma de su mano, pero no le parecen más reales que las de algún bodrio cinematográfico sobreactuado. Los pensamientos, difusos como el humo, se entremezclan con todo lo demás, manteniendo su cuerpo tan anclado a este mundo, como su mente al margen de él.

Es un repudiado, un paria, un desangelado. El residuo de un sistema que él mismo había compartido y ayudado a consolidar desde sus más profundas creencias, desde su educación. Miembro de un estado de bienestar, que dista años luz de estar remotamente bien.

En la calle no hay futuro. En la calle no existe el pasado. Las calles nos igualan a todos desde el momento en el que pasas a formar parte de ellas. Una especie de norma no escrita, tácita, invita a todos a olvidar su propia historia, y a no hacer preguntas sobre la de los demás. Nada importa salvo el presente, el futuro no puede calcularse más allá de la siguiente noche a la intemperie.

Hay quien no despierta, algunos mueren congelados, otros hambrientos. A otros les arranca la vida la droga o una paliza mal dada. El caso es que todos terminan muriendo. Y todos lo hacen solos, del mismo modo que han vivido.

Los días son infinitamente duros. Las noches, insoportables. Es en ellas, escondidos en cualquier lugar que les ampare, cuando los ruidos cesan, donde los fantasmas y demonios personales comienzan a devorarles en una soledad casi íntima, como un encuentro a solas del que nadie puede huir. Lo se porque lo he intentado.

Aunque han aprendido a vivir a mordiscos, sobreponiéndose a todo lo que a los demás nos parecería insalvable, aún conservan su humanidad. En la calle aún quedan ganas de ayudarse unos a otros. Aún queda quien comparte lo poco que tiene. Aún queda algún rastro de amor. Un tenue rayo de luz tibia que de vez en cuando ilumina sus oscuros callejones inundados de drama.

Un drama incompartido que tan sólo percibimos cuando, muy de vez en cuando, nos cruzamos con un fantasma empujando un destartalado carro lleno de retales de las vidas de otros que, como si de parches y remiendos se tratasen, consiguen arropar ligeramente la existencia de los que ya no tienen nada.



[Pic: La Puta Calle '08 - Laura Chacón - www.flickr.com/laurachacon - Dimitri quiere agradecer la inestimable ayuda de Laura Chacón, excelente fotógrafa y mejor persona, por ser los ojos de su corazón. Por poner la imagen exacta a los sentimientos que él expresa.]

lunes, 2 de junio de 2008

Runaway


LLevaba mucho tiempo caminando por ese lóbrego pasillo atunelado. Oscuro, frío, húmedo, desagradable. Tanto mirando hacia adelante, como haciéndolo hacia atrás, tan sólo podía ver a tres o cuatro metros de distancia.

El corredor no tenía el ancho suficiente ni para poder extender los brazos de lado a lado. Ni siquiera estaba seguro de que cupieran dos personas al cruzarse caminando en sentido inverso. Pero eso no importabal, estaba seguro de que nadie caminaría hacia el lugar del que el estaba huyendo.

Porque huía. Lo hacía para alejarse de aquello que le producía un dolor punzante en la mente y en el alma. Mil veces hubiera preferido soportar el daño físico. Porque al menos este último, llegado a un punto, envalentona. Pero no era así. El dolor que iba con él no podía mitigarse con ningún tipo de droga, estaba harto de intentarlo.

El camino estaba siendo largo y duro. El angosto pasillo parecía quiitarle el aire, produciéndole mareos. Más de una vez, la falta de fuerzas provocó que besara el suelo fruto de una caida. Y en esos momentos, pensando en descansar, en abandonarse a un plácido sueño de autocompasión y complacencia, la rabia, la ira y el odio, hacían por él lo único bueno que pueden hacer por un ser humano. Le levantaban del suelo y, con las rodillas aún desholladas, le obligaban a poner un pie detrás de otro para seguir caminando.

No sabía cuanto quedaba para llegar al final, ni siquiera sabía si había salida al otro lado. Pero estaba obligado a intentarlo. Tenía claro que iba a ser una prueba de tesón y, por eso mismo, se habia mentalizado para ello. Pero su mente comenzaba a quebrarse. Su cordura empezaba a tener síntomas de una enfermedad terminal y sus ánimos cada dia se resquebrajaban un poco más, como un espejo roto que alguien se empeña en seguir pisoteando.

Y allí, en mitad del túnel, sólo, triste, hambriento, casi a oscuras, y a punto de congelarse, rompió a llorar. En ese momento deseaba con todas sus fuerzas no ser él mismo, no tener que afrontar esa situación. No tener que apretar los dientes y los puños y levantarse cada vez que caía. Deseaba abandonar.

Pero entonces, para su sorpresa y, evidentemente fruto de la locura que empezaba a aflorar en su persona, vio entre la pequeña lluvia de lágrimas un diminuto arcoiris. La única nota de color en aquel pasillo negro.






"Para ver el arcoiris has de soportar la lluvia...
...Yo siempre torturándome pa' ver si algo me alivia."

Rafael Lechowski.

miércoles, 28 de mayo de 2008

Imaginación

Nunca le había preocupado que el día amaneciera gris. Podía cambiarlo con sólo un parpadeo. Tan fácil como cerrar los ojos y notar el brillo del sol molestándole al volver a abrirlos.

En una jungla de asfalto encontraba callejones de flora selvática, densa y exuberante, habitados por animales extintos, que confluían con grises polígonos industriales plagados de fábricas. Las mismas que vomitaban un humo opaco e irrespirable que intoxicaba el aire, haciendo enfermar al mundo.

Veía océanos en pequeños charcos. Profundos y azules. En un día de lluvia era capaz de inventarse el calor, sólo para poder refrescarse en esa laguna mental. Incluso notaba el sol y la brisa embriagadora que le hacía cerrar los ojos y dejar que el sonido de las olas meciera su mente.

Era un viajero, uno muy especial. No conocía París, pero había estado en lugares donde nadie más existía. Tan lejos que no se les ocurriría siquiera buscarle. Playas tropicales y áridos desiertos, al borde de la deshidratación. El suelo, el cielo, el mundo, el cosmos...

Conocía el paraíso y el infierno, incluso sus vidas anteriores y el secreto del Karma. Y nada terminaba siendo como el había pensado. Pequeñas detonaciones hacían volar trozos de su imaginación, que se entrelazaban en el aire atraídos por una fuerza mayor que le arrebataba el control y hacía que sus pensamientos bailasen seducidos por la música de Orfeo, como bestias indomables.

En completo silencio, su mente componía complicadas sinfonías improvisadas, que no eran necesariamente musicales, las palabras construían metáforas y símiles tan poderosos como la más impactante de las imágenes. Poseía la gama de colores más variada y los matices eran incalculables. El podía construir los entornos más idílicos u horrendos según le viniera en gana.

jueves, 22 de mayo de 2008

Resurrección

A una velocidad vertiginosa aquel proyectil metálico trazó una trayectoria rectilínea que, muy a su pesar, cruzaba directamente por el sitio en el que se encontraba su cabeza. Después de eso todo fue uno, ni llego a sentir el dolor, ni siquiera que sus piernas dejaban de recibir impulsos desde el cerebro para mantenerlo en pie. Mucho menos notar como se desplomaba inerte en el suelo, regándolo con su sangre.

Sus ojos se abrieron, tuvo que esforzarse por despegar los párpados, como si algo realmente pegajoso los uniera, y no vio nada. Un mal sueño, se dijo, pero le había parecido tan real... Allí donde estaba no había luz y, cuando intentó levantarse algo sobre él se lo impidió.

A duras penas y a puros huevos, como una rata acorralada, salió de allí. Sus manos arañaron todo lo que encontraron a su paso. Primero de manera algo tímida y poco después, como guiadas por una desesperación cercana al desquiciamiento que le profería más fuerza de la que jamás había notado dentro de su ser, comenzó a arrancar cada uno de los obstáculos que formaban uno sobre él. El suelo en el que estaba enterrado.

Y para su sorpresa, llegó un momento en el que no hubo nada que arrancar. Sus manos se lograron abrir paso hasta un medio infinitamente menos denso, en el que podían moverse suavemente, sin tener que vencer ningún tipo de resistencia. Poco a poco, el resto de su cuerpo fue alcanzando la superficie y, cuando la mitad de el asomó por aquel agujero, dejo su pecho caer sobre el suelo y respiró.... sí, respiró. Lo hizo profundamente y el aire le supo raro, pero volvió a correr por sus pulmones, hinchando su caja torácica con cada una de las inspiraciones.

No sabía cuanto tiempo había pasado, ni siquiera sabía demasiado bien quien era. Y que coño, no tenía ni la más remota idea de por qué había vuelto a levantarse. Eso sí, ahora sabía que al otro lado, no había nada.

Desde entonces vaga de manera errática sin prestarle atención a nada ni a nadie. Como inmerso en un ligero estado de trance que rara vez se ve interrumpido por algún tipo de estímulo.

Camina entre vosotros con la mirada perdida, sin fijarla en casi nada. De hecho, desde entonces la luz le molesta y la evita escondiéndose bajo unas gafas de sol. Quizá sea eso, o que como todos aquellos que traman algo, prefiere que nadie sepa a donde miran sus ojos.

Sólo muy de vez en cuando, en el momento menos pensado, un leve deje de sonrisa socarrona y cínica, que nada tiene que ver con la alegría cruza su rostro cambiándole el gesto, como prefacio de una de esas pequeñas e inútiles cosas que a él le parecen sencillamente geniales y le mantienen en pie un poco más. Como una nueva burla al adiós definitivo, una prórroga....

miércoles, 21 de mayo de 2008

La Haine (escena final)


Tras el sonido de la explosión Vinz se desplomó en el suelo mientras su sangre, y parte de sus sesos, salpicaban la puerta del coche patrulla.

Me encontraba a tan sólo un par de metros. A ese jodido madero se le había ido la mano y la pistola se le había disparado desparramando el contenido de la cabeza de Vincent por el suelo. El cerdo sólo quería asustarle, y ahora era él el que estaba atenazado por el pánico. Ese puto trozo de escoria uniformada se había cagado de miedo...

El hijo de la gran puta acababa de despachar a Vinz y sólo le preocupaban las consecuencias que ese acto de brutalidad pudiera tener para su carrera policial. Y entonices comencé a notarlo...

Mis músculos empezaron a tensarse, se me secó la boca y los ojos se me enrojecieron, llegando incluso a arderme. No era capaz de respirar con normalidad. Notaba como mi presión sanguínea iba en aumento, al igual que mis pulsaciones.

Me resultaba imposible pensar, pero tampoco me hacía falta, algo dentro de mí ya había tomando la decisión, por muy fatal que esta fuese. No existía ni un mínimo espacio para el temor a represalias. Primero Abdel, luego Vinz... el siguiente podría ser Said... o yo. Y en ese momento mi brazo se levantó por la fuerza de un resorte invisible y encañonó con el revólver al puto madero, colocando la boca del arma a tan sólo unos centímetros de su nariz.

En mi cabeza, dos voces, mi conciencia y mi experiencia, intentaban hacerme recapacitar. Ambas sabían que apretar el gatillo sería también mi propia muerte. Con la última fuerza residual aquel hijo de puta me descerrajaría un tiro entre las cejas que pondría fin a mi vida, junto con la suya.

Pero no apretarlo tampoco me proporcionaría la seguridad de salir vivo de aquello. Y aún en caso de hacerlo, sabía lo que vendría después. En ese mismo instante el odio terminó de nublar mi mente por completo y destruyó cualquier rastro de comportamiento racional que en mí pudiera quedar. Porque el odio es una emoción, y estas siempre terminan apoderándose de nosotros, por encima de la cordura.

La sangre me hervía, me encontraba completamente paralizado por la ira y, aunque desde mi lado más racional sabía que no debía disparar, lo hice.


[Pic: Escena final de la película "La Haine" (El Odio) - Dirección y Guión: Mathieu Kassowitz - 1995]

martes, 20 de mayo de 2008

Los Quijotes...

Le llamaban Don, por no llamarle cualquier otra cosa. Caminaba por las calles del pueblo ajeno a las miradas indiscretas que provocaba a su paso. Llamaba la atención, siempre vestido de forma estrambótica y actuando como si a su alrededor no hubiese nadie.

Corrían sobre él numerosos rumores, desde que había abandonado a su familia, adinerada y de buena posición, huyendo en un ademán de locura, hasta que su vida fue un mísero camino de mendicidad y desequilibrio.

Algunos de ellos habían llegado hasta sus oidos, pero jamás se molestó en confirmar o desmentir, ni siquiera tuvo interés en hablar con ninguna de esas personas para exigir una explicación de lo que estaba oyendo sobre él.

Y así pasaba el tiempo. Cuando salía de su casa atraía las miradas de las gentes del lugar, caminaba sin rumbo aparente, pero sabiendo siempre a donde se dirigía. Cuando no pisaba la calle, eran los mismos niños del pueblo los que, alimentando leyendas de chiquillos intentaban espiarle a través de las ventanas de su casa, esperando ver un laboratorio secreto.

Lo cierto es que nadie logró jamás saber quien era, a que dedicaba su vida, o que era lo que le hacía soñar, sentir.... vivir. Pero hubiera bastado con preguntárselo.

lunes, 19 de mayo de 2008

KlanDestinoS..

El coche se detuvo con un suave traqueteo en el lugar mas oscuro y oculto de aquel camino de tierra. Las luces de los faros habian dejado de iluminar hacía unos cientos de metros, y las de posicion se apagaron poco despues, sumiendo el paisaje en la oscuridad más profunda.

Las nubes tapaban las estrellas y la luna, realmente, la noche era perfecta. Las puertas del automóvil se abrieron y acto seguido, dos pares de zapatillas pisaron el suelo desprendiendo un leve crepitar al rozar con la arena del camino.

Un duo figuras alargadas que se ocultaban bajo sendas capuchas se dibujaron en la noche. No de manera nítida y diferenciable, sino más bien como una serie de trazos infinitamente leves que establecían contornos casi difusos en mitad de toda esa oscuridad.

Comenzaron a caminar, ambos, uno detras del otro, enfilados directamente hacia el objetivo que previamente se habían fijado. De forma casi mecánica lanzaron una bolsa de deporte por encima de aquella verja, que sonó metálica al impactar con el suelo. Acto seguido saltaron ellos.

Después todo fue una coreografía innata bailada al son de los latidos de dos corazones acelerados. La adrenalina subía desde los pies hasta el craneo y el olor a aerosol embriagaba sus conciencias.

Con el último trazo, justo el que estampó en el muro las firmas de los autores, un haz de luz cruzó el cielo yendo a posarse directamente sobre ellos. Se miraron a los ojos y, sin siquiera pensarlo, comenzaron a correr en direcciones opuestas. Divide y venceras.

Aunque se habían separado, lo que sentían era exactamente lo mismo. La garganta les ardía. Respiraban de manera entrecortada y esto les provocaba flato y palpitaciones, pero tenían que seguir corriendo. Aquellos hijosdeputa les perseguían como a terroristas, y parecían no tener otro divertimento para esa noche.

Pero una vez más escaparon haciendo equilibrios por el filo de la navaja. Esperaron escondidos el tiempo prudencial estipulado, y se llamaron por teléfono. Entre risas acordaron quedar en recoger el coche y volver a casa.

Unas horas más tarde volvieron, ya de día, para sacar una fotografia...









[Dimitri quiere agradecer esta fotografía a Beatriz "La Rubia" http://www.fotolog.com/rubia__13 y dedicar el texto a: KDS (more than 40 metres, u know)]

miércoles, 14 de mayo de 2008

El Villano...


Allí estaban los dos, justo al final del camino que los había llevado a encontrarse en aquella situación. Se conocieron mucho tiempo atrás y, aunque nunca llegaron a ser amigos, sentían una especie de necesidad el uno del otro. Y en aquel sombrío lugar, los dos solos, mirándose a los ojos, encaraban el principio del fin,

No habría cuartel en aquella ocasión, ninguno de ellos iba a conceder clemencia ni a pedirla. Uno de los dos terminaría muerto, y sólo eso pondría fin a dos vidas enfrentadas desde sus comienzos. Ambos lo sabían...

Sus espadas se cruzaron con tanta violencia que el chillido metálico hizo huir a los pájaros de sus nidos en bandada. Con cada nuevo golpe las chispas iluminaban una noche tan negra como la misma garganta del infierno. Seguían clavando los ojos en los de su adversario, como si allí pudieran descifrar su próximo movimiento.

Aquel baile marcial adquirió un ritmo endiablado al compás de la rabia y los estertores viscerales que les hacían moverse como auténticas bestias, destruyendo todo aquello que tocaban.

Y en ese momento, un golpe afortunado. La misma sangre que resbalaba por la hoja de su espada salpicó el suelo y su contrincante cayó malherido y desarmado. Ahí terminaba todo:

-¿Por qué? – preguntó el que aún seguía en pie –

-¿Aún no lo sabes? ¿Ni siquiera eres capaz de intuirlo? Estás más perdido de lo que pensaba. No pienses que lo que hago es gratuito, como todos los seres vivientes, yo también tengo una finalidad.

-Me cuesta creerlo. Lo único que has aportado es caos y destrucción.

-Tú lo has dicho, mi cometido es simple. Para que pueda haber héroes es necesaria la existencia de villanos.

-Estás equivocado.

-No, amigo mío, eres tu el que se equivoca continuamente. Yo tengo mis propias motivaciones, aunque te parezcan terribles. Yo persigo un objetivo. Tú, en cambio, dedicas tu patética vida a detenerme.

-Al menos yo tengo vida, cosa que tu estás apunto de perder...

-Sí, pero cada cosa a su tiempo. Sólo me pregunto, ¿Qué harás cuando atravieses mi corazón con tu acero y yo deje de existir?

martes, 13 de mayo de 2008

El amor y otros fantasmas...


Del amor y otros fantasmas poco se sabe. Se hace imposible estudiar su naturaleza por su carácter volátil y esquivo. Atraviesan igual muros que personas, pero sólo en estas últimas consienten detenerse, allanando su interior.

Una vez dentro, toman el control del cuerpo de su anfitrión, y en este caso, también el de su mente. Hacen que actuemos de formas poco corrientes, incluso extrañas, cercanas a lo que por los demás es interpretado como locura. Y todos tienen un denominador común: cuando semejante huésped abandona su temporal alojamiento, el espíritu del anfitrión queda deshecho, helado, en parte neutralizado y destruido. Pero finalmente, por extraño que parezca, la herida termina curándose...

Dimitri.

"Y un falso te quiero tanto
aguaceros de llanto
el desencanto
dejó huella
y me hizo madurar,
para olvidar
metí mis lágrimas en una botella
y la lancé al mar"

Nach

lunes, 12 de mayo de 2008

Cartas desde el psiquiátrico (I)

Mario oye el despertador. Mario se levanta, se levanta. Mario camina hacia el baño. Grifo, jabón, toalla. Mario se asea, sí, Mario se lava la cara y se ve en el espejo con mirada perdida.

Todos los días Mario camina a la cocina. Busca. Taza, leche, café, galletas. No hay galletas, las galletas no están. Mario sabe donde están las galletas, pero allí no hay galletas. Mario se pone nervioso. Mario golpea la taza, cae al suelo y se rompe estrepitosamente. Mario llora. Angustia. Mario oye pasos. Uno, y otro, y otro más.

La puerta se abre, Mario lo oye. Mario ve una señora. Señora buena, agradable, señora siempre cuida a Mario. Mario la reconoce. Mamá...

Mamá abraza a Mario, le seca las lágrimas. Mamá saca galletas de un sitio donde no están normalmente. Mario tranquilo. Taza, leche, café, galletas....desayuno. Mario desayuna. Tele encendida. Mario no la mira. Mario nunca mira.

Mario camina al armario, lo abre, primero una puerta, después la otra. Mario mira dentro. Primer cajón, calzoncillos. Segundo cajón, calcetines. Mira a la izquierda, pantalones colgados. Mario abre otro armario. Camisetas y jerseys.

Todo en su sitio, todo bien. Mario está bien.Mario se viste. Calcetín derecho. Calcetín izquierdo. Calzoncillos. Camiseta, pantalón y jersey. Mario vestido. Mario siempre se viste así, todos los días. Mario vestido, Mario tranquilo...

Yo soy Mario, y si hablase tal vez os diría que soy autista. Si supiera que lo soy

viernes, 9 de mayo de 2008

La historia de otro... (V)


Entró el último en aquella sala de apariencia estudiantil. Sabía que era el último porque la única silla libre era la que estaba destinada a él. Al menos, su presencia estaba en parte aceptada por el resto, aunque no le era ajeno que para la gran mayoría de los allí presentes, él no era mucho más que un invitado incómodo del que no se sabe muy bien el motivo de la visita.

Se dirigió al fondo de la sala, hacia la silla que estaba reservada para él. Aunque ni se molestó en mirar a su alrededor, intuía perfectamente las miradas de desaprobación que se iban clavando en su espalda como puñaladas cuando rebasaba el punto en el que cada una de aquellas personas dejaba de poder mirarle de frente. No era bien recibido, y tampoco él se sentía cómodo entre aquellos individuos hostiles.

Aquel ambiente no le agobiaba. Sentía por casi todos los ocupantes de la habitación la misma lástima que ellos sentían por él. No eran más que meros ciegos incapaces de ver más allá de su exquisito entendimiento racional. El mismo que encorsetaba sus mentes de tal forma que los convertía en eruditos imbéciles.

Tomó asiento junto al resto, despojándose de las gafas de sol que le habían acompañado durante el trayecto. Miró hacia delante, donde se encontraba el mayor de todos ellos, un anciano con el pelo cano y, sin hacer caso de una señal que prohibía fumar, encendió un cigarrillo entre las miradas de desaprobación del resto.

- Nos encontramos aquí – dijo el anciano mirándole fijamente – para discernir sobre lo necesario de nuestra asistencia en lo sucesivo. Sólo hablamos de criterios de utilidad, Dimitri. Como comprenderás, hay personas que no entienden ni comparten las razones de tu presencia en este grupo.

- Tranquilo Jano, entiendo que vuestras encorsetadas y cuadriculadas mentes científicas os impidan comprender mis motivaciones y la importancia de lo que yo hago…

El semblante del anciano cambió por completo al escuchar la contestación. Su gesto se tensó marcando de manera exagerada las facciones de su mandíbula. Algunas venas se hincharon hasta dejar un relieve visible en su cuello y su frente, y los ojos se le inyectaron denotando la ira que en aquel momento le recorría por entero:

- Insolente – bramó fuera de sí – ¿Cómo te atreves a cuestionar nuestra obra? Los hombres que ahora mismo te rodean son médicos que salvan vidas, químicos que desarrollan vacunas, ingenieros que hacen avanzar la tecnología, arquitectos que diseñan los edificios en los que vives. Ellos hacen posible todo lo que tú conoces. ¿Y tú?, insignificante escritor ¿Cuál es tu utilidad en el mundo?

- Jano, viejo amigo – contestó con aparente desgana, sin siquiera mirarle – Yo construyo sueños…

jueves, 8 de mayo de 2008

Alquitrán...



Cruzó el marco de la puerta en dirección a la calle y encendió un cigarrillo. Una densa neblina cubría todo unos metros más allá y la humedad le calaba el cuerpo.

Envuelto en una gabardina de piel, con bufanda y sombrero bien calado caminaba por la acera en dirección contraria al resto del mundo, cruzando su mirada con todos y cada uno de los viandantes. Coincidencia de trayectorias, ningún atisbo de intención.

Los automóviles pasaban por la calle proyectando agua sobre las aceras en forma de salpicaduras y el frío mataba lentamente a los indigentes que se refugiaban en esquinas y cajeros, cubiertos con lo poco que habían logrado reunir. Pero parece que sólo él caía en la cuenta de esto...

Nadie se fijaba en nadie, nadie cruzaba palabras. Un mundo en silencio lingüístico que sólo se comunicaba mediante el ronroneo de los motores de los escasos coches que circulaban por la calle esa noche.

El humo del cigarro subía flotando hasta confundirse con la niebla, y sus pensamientos también. Cayó en la cuenta de la corrupción personal, de la falta de solidaridad humana, de como cada cual andaba siguiendo su camino, propio, que no compartía con nadie más.

Personas de naturaleza impermeable, que no dejaban filtrarse, ni hacia dentro ni hacia fuera, los sentimientos y emociones propias y del mundo. Que viendo en su vida lo único digno de mención, menospreciaban todo lo demás sin siquiera pararse a pensar en que cualquiera de esas otras personas que bien podrían haber sido él o ella.

Y llegado a este punto comprendió, por fin, lo que pasaba. Y es que de tanto caminar sobre el alquitrán, este había comenzado a trepar por las piernas de las personas, cubriendo cada vez mas partes de sus cuerpos, hasta petrificarlos. A ellos y a sus corazones.

Y lo supo con tanta certeza, porque a él estaba comenzando a pasarle....

martes, 6 de mayo de 2008

El camino...

Lo verdaderamente importante de recorrer un camino rara vez suele ser el sitio al que te lleve, puesto que en el momento en el que se alcanza el destino, el camino se marchita perdiendo la razón de su existencia.

En muchas ocasiones ni siquiera alcanzamos el sitio al que nos dirigimos, puesto que ante las bifurcaciones que se abren continuamente, solemos decidir desviarnos por un motivo u otro, dando lugar a un giro que nos llevará irremisiblemente a un destino que no es el que en principio pretendíamos.

Esto hace que del camino, lo más importante sea el paso siguiente, por tanto, el camino en sí. Es el camino y no el destino el que nos brinda las experiencias que nos hacen aprender, crecer y mejorar como personas. Por esa misma razón, el camino es la vida.

Dado que el destino es el logro, y el camino el transcurso en el que vivimos hasta que quizá lleguemos a conseguir lo que nos proponemos, elegir nuestro propio camino es lo más importante del viaje, puesto que significa elegir nuestra propia vida.

Dimitri.

lunes, 5 de mayo de 2008

Aún así...


Se vio frente al espejo. Joven, inocente, bellísima. Conocía su cara mucho mejor que la de cualquier otra persona pero, estando allí, de pie, delante del cristal, ésta se le antojaba más extraña de lo que nunca le había parecido.

Aquella noticia la dejó helada. Y allí estuvo un buen rato sin moverse, completamente quieta, como una estatua de hielo. Ese estado de congelación se rompió cuando pudo ver en el reflejo que el cristal le devolvía, cómo sus ojos comenzaron a derretirse, formando lágrimas que resbalaron por su cara, despeñándose desde su barbilla hasta encharcar el suelo, formando un océano de angustia.

No supo que hacer. Le costaba hacerse una idea de cómo iba a afrontar aquella situación que, en tan sólo un instante, había hecho girar el sentido de su vida ciento ochenta grados, abriendo ante ella un nuevo camino de amarga incertidumbre.

Sería mentira decir que no sabía como se había metido en aquella camisa de once varas, había sido tonta, pero a esas alturas los lamentos no servían más que para recordarle lo estúpido de su comportamiento. Así pues, sacó fuerzas de la flaqueza de su famélico ánimo. Frente a sus ojos había aparecido un camino árido y lleno de obstáculos que estaba dispuesta a andar hasta el final, fuese cual fuese.

Sus ojos estaban aún encharcados, y en sus mejillas brillaban los surcos que las gotas de tristeza y desesperación habían ido dejando al deslizarse por su piel, pero un leve destello, casi imperceptible, los cruzó, devolviéndoles el brillo del que nunca debieron desprenderse. La luz de la fortaleza y la decisión volvía a iluminar sus pupilas, haciendo que irradiase la sensación de poder soportar todo aquello que de ahora en adelante viniese.

Convencida de que su familia no sería capaz de aceptar su elección, poco le quedaba que hacer en aquella casa. Tendría que marcharse irremisiblemente si quería llevar a cabo aquella empresa, puesto que la decisión ya estaba tomada, hasta las últimas consecuencias. Le dolía profundamente saber que no iba a contar con el apoyo de los que eran sus seres más queridos, pero eran otros tiempos, y estaba a un solo paso de convertirse en una repudiada.

Podía imaginar la reacción de sus padres, por eso la paralizó el miedo en primera instancia. Pero sólo en un primer momento, ya que la misma fortaleza de la que hizo gala a la hora de decidir, la envalentonó lo suficiente para que nada ni nadie le importase llegado punto. Saldría adelante, vaya que si lo haría.

De esta forma asumió que su vida iba a cambiar radicalmente y, del mismo modo, tuvo que digerir que iba a estar sola frente a todos estos cambios. Desde que era niña había querido estudiar enfermería, y estaba apunto de comenzar a hacerlo, incluso se llegó a matricular en la facultad ese mismo verano. Pero la decisión que tomó dio al traste con todos sus planes académicos. Tendría que buscar un trabajo, y tendría que hacerlo rápido.

No pudo evitar pensar en qué tipo de ocupación le esperaba. En aquellos tiempos, una mujer en su situación, sin estudios, ninguna experiencia laboral, soltera. Definitivamente, ocupaba el último escalón en un mercado laboral que no estaba, ni de lejos, pensado para ella. Así que más elegir, tendría que limitarse a aceptar la primera oportunidad que se le presentase y así poder salir adelante, le costase el esfuerzo que le costase.

Lo demás no le importaba demasiado, aunque eso no quería decir que no le importase. Podía imaginar fácilmente los comentarios maliciosos de los que sería objeto, las miradas de desaprobación, los cuchicheos y repentinos silencios a su paso y toda la suerte de lindezas que la gente iba a procurarle en lo sucesivo. Había elegido abanderar el peor visto de los pecados.

Aquellos ojos que no se dignarían a sostener su mirada, serían los mismos que se clavarían con desprecio en ella en el mismo momento que terminase de pasar por delante de esas personas, dejando su espalda al descubierto. Sabía que sería capaz de notar las punzadas de las miradas, igual de indiscretas que de maliciosas, que provocarían constantes heridas. Mas éstas no se reflejarían en su piel, sino en su corazón, desgarrando sus sentimientos y amenazando con desangrar su alma.

En ese momento, no pudo entender que lo que a ella le parecía una de las cosas más bonitas que tendría la oportunidad de hacer en la vida, pudiera llegar a ofender a alguien, y herir tantas sensibilidades.

Dejó de pensar un instante, intentando recapitular. Ciertamente, las expectativas no eran nada halagüeñas. Reparó automáticamente en que no iba a ser un campo de rosas. Es más, se encaminaba hacia un futuro arduo y duro, de sacrificios, renuncias y constantes esfuerzos que terminarían por marcar a fuego unas profundas ojeras en su cara.

Tendría que hipotecar su vida, haciendo que esta dejase de ser suya, para servir a una causa que resultaba obligada, ateniéndose a la decisión que ya había decidido tomar. Iba a abandonar en un solo día la mayoría de sus sueños, entre ellos, los de juventud. Porque aunque en su edad no se reflejase, iba a tener que crecer a marchas forzadas para encarar todo aquello que estaba apunto de venírsele encima.

Sacrificaría todo lo que siempre había querido hacer y, probablemente, la gran mayoría de cosas que quisiese hacer en un futuro, porque la situación lo exigía, de eso no había la más mínima sombra de duda. Una existencia servil, casi esclava.

Es difícil pensar que nadie aceptase esto por decisión propia, nada bueno parecía haber en todo lo que conllevaba la decisión que había tomado. Probablemente los problemas y agobios le quitarían el sueño más noches de las que le dejarían dormir. Su energía se iría consumiendo, junto con su juventud, dejando paso a la mujer madura que sería bastantes años después.

En más de una ocasión creería arrepentirse del camino que eligió y, justo en ese instante, todavía frente al espejo, volvió a llorar. Pero esta vez no era la angustia, ni la tristeza, ni la desesperación, ni la incertidumbre, ni nada que apretase amargamente su corazón lo que la hizo derramar las lágrimas.

Se dio cuenta al fin, que frente a todo aquello que pesaba del lado negativo de la balanza, habría una razón que la impulsaría para hacer frente a todo lo que se le pusiera por delante y que, al final, siempre conseguiría estirar la comisura de sus labios para arrancarle la sonrisa. Una razón... Sólo una.

Porque sabía que la vida que ante ella se abría iba a ser la más dura entre todas las posibles, y aún así decidió tenerme.

miércoles, 30 de abril de 2008

La historia de otro... (IV)

Se encontraban allí sentados con la mirada perdida, en silencio. Aunque estaban juntos parecía que cada uno se encontrase en su propia realidad, ambas paralelas, emplazadas en el mismo espacio y tiempo, pero sin llegar a rozarse la una con la otra en ningún caso.

En un momento dado, el mayor de ellos miró al otro sin que él lo percibiera. Aquel muchacho tenía algo especial. Se podía notar en su mirada el brillo audaz del que era diametralmente opuesto al resto de personas, pero parecía que a él ni siquiera le interesara llegar a descubrirlo. La extraña apatía del que tiene una virtud que jamás ha deseado, que nunca ha pedido:

- ¿Qué sabes del destino?

El joven se sorprendió. No esperaba que él le hablase, y mucho menos una pregunta como esa.

- Supongo que lo que todo el mundo.- contestó indeciso - Que una fuerza superior controla el devenir de los acontecimientos y predetermina lo que va a ocurrirnos.

El hombre de pelo cano se le quedó mirando con un deje de reprobación que no duró demasiado. Al fin y al cabo, se suponía que él era el encargado de enseñarle este tipo de cosas.

- Dimitri, amigo mío, recuerda esto siempre... Nuestro futuro está por escribir.

martes, 29 de abril de 2008

El Beso...


La oscuridad que habitaba en aquel lugar le permitía ver poco más que el brillo de los ojos más bonitos que le habían mirado nunca. Fue lo último que contempló antes de cerrar los suyos y besarla.

Aunque lo había hecho en incontadas ocasiones a lo largo de su vida, aquella vez se apoderó de él una sensación renovada que le hacía sentir como si fuera la primera. Por un instante el mundo dejó de girar más allá de ellos dos.

Pudo notar su respiración agitada cuando acercó la boca a sus labios e intuyó que ella podía notar la suya. En aquel momento ambos estaban poseidos por el fantasma de una excitación que era capaz de nublarles el juicio.

Con las manos deslizándose por esa piel tersa, fina, suave, espalda arriba, unió sus labios a los de ella en una desesperada bocanada que le permitiera respirarla. Llenarse él, su boca, sus pulmones de del aliento del ángel que le guardaba aquella noche.

Unos dedos esbeltos y frágiles acariciaron su nuca para terminar abrazando su cuello, una precaución inútil, puesto que lo único que no pensaba hacer era alejarse, ni tan sólo un milímetro, del deseo que ella le provocaba.

Sus lenguas se entrelazaban de manera caótica dentro de sus bocas. Les resultaba imposible separarse el uno del otro, como unidos por una energía magnética que alborotaba hasta la última de sus partículas haciendo que la temperatura de aquel rincón aumentase a cada segundo.

Cuando al fin se separaron lo justo para respirar, a una distancia que les permitía seguir notando sus exhalaciones entrecortadas, volvió a abrir los ojos. Sus miradas se cruzaron tan de cerca que pudo verse reflejado en sus pupilas y, entonces, volvió a besarla...

jueves, 24 de abril de 2008

La historia de otro... (III)


La noche era sin duda la más clara en lo que había transcurrido de año, lo que hacía que el brillo de las estrellas iluminase casi por completo aquel claro del bosque. Aún no lo sabía, pero muchas veces a lo largo de su vida volvería a buscar condiciones similares para poder pensar. Ni un solo atisbo de ruido y los destellos de un cielo que iluminaban el camino de sus ideas y pensamientos, un silencio sepulcral que sólo fue roto en aquella ocasión por una voz que sonó a su espalda:

- ¿Qué te ocurre Dimitri?, te noto triste…

El más joven de los dos salió del enfrascamiento cercano al trance en el que se encontraba. Parecía un poco desorientado, como si aún sabiendo que su acompañante se encontraba detrás suyo, jamás hubiera esperado que este despegase sus labios para hablarle. Ni se giró hacia su interlocutor, sin apartar la vista de las estrellas contestó a la pregunta:

- Es el cielo, Jano…

- No te entiendo.

- Cuando miro a las estrellas pienso en el universo. Es increíble. Todo gira en él de manera aparentemente desordenada. Cada una de esas luces se encuentra a una distancia que sería imposible de recorrer para cualquiera de nosotros. Me hace sentir insignificante, y eso me entristece.

El hombre más entrado en años pareció sopesar por un instante la reflexión del joven. No parecía una idea carente de sentido pero, mirándole desde detrás suya, contemplando a su vez las estrellas sobre el firmamento y torció el gesto con un leve resquicio de benévola resignación antes de volver a abrir la boca:

- Dimitri, eso es precisamente lo mejor de todo…

Ahora sí, el joven se giró hacia su interlocutor con una cara que denotaba una mezcla de desdeñosa incredulidad e irrefrenable curiosidad:

- Ahora soy yo el que no te entiende.

- Quiero decir que ese sentimiento de insignificancia debería reconfortarte, el saber que el día que desaparezcamos, pase lo que pase, el mundo seguirá girando sin nosotros…

lunes, 21 de abril de 2008

Libanophrenia


Aquel estruendo ensordecedor le asustó tanto que la taza que sostenía se precipitó hacia el suelo, estallando tras el impacto. El té comenzó a deslizarse sobre las baldosas. Las sirenas habían sonado, y durante un instante pareció que el mundo se hubiera callado. Y después, la marabunta.

El caos se apoderó de las calles y un ritmo desenfrenado inundó el ambiente volviendo al mundo loco. Sin siquiera echar la vista atrás atravesó la puerta de casa su casa, abandonándolo todo.

Corrió como un galgo, calle abajo. Su respiración entrecortada sólo fue el prefacio de la sensación de que los pulmones le ardían. Miles de pequeñas agujas metálicas incandescentes le perforaban el pecho produciendole una intermitente sensación de asfixia que duraba tan sólo el instante que tardaba en tragar una bocanada de aire, que tampoco le aliviaba durante mucho más.

Notaba las venas y arterias debajo de su piel, presionándola hacia afuerta. La cabeza empezó a dolerle palpitándole como si fuera a estallarle, pero en ese momento y para su sorpresa, una mundana trivialidad cruzíó su mente acallando el griterió que lo emborronaba todo. Deseaba no ser fumador. Esbiozó una leve sonrisa que tardó muy poco en desaparecer de su cara.

Un silbido agudo y nítido que provenía del cieló le heló la sangre y el sudor que el frenesí de la huída le habia provocado, se tornó gélido. Los bombardeos habían comenzado.

Al poco, las primeras explosiones inundaron el paisaje sonoro. Aquellos estallidos le desorientaba, y lo peor de todo eran el pitido constante que no le permitía concentrarse. Ya no sabía muy bien hacia donde tenía que correr. Pero en ese momento de indecisión, una mujer que tambíen huída de manera aparentemente caótica le agarró del brazo, apartándole con tanta fuerza, que ambos cayeron al suelo.

La fachada del eficio que se encontraba sobre la acera en la que estaba se desplomó, estando a centímetros de atraparles bajo los escombros. Se miraron a los ojos, y sin siquiera tener tiempo de agradecérselo, ambos supieron que debían ponerse en pie inmediatamente y seguir corriendo.

Las explosiones provocaron a una reacción en cadena. El aire prendido en fuego hizo estallar algunos vehículos. Las ondas expansivas y llamaradas hicieron a su vez, que varios edificios se desplomasen. Un pandemonio de caos "in crescendo".

A duras penas y con el corazón martilleando al borde del infarto, llegó al refugio. Cuandó entró se fundió en abrazos con la gente que se encontraba dentro. Algunos acababan de ver morir a sus familiares, y se consolaban unos a otros como podían. Y donde se encontraban los improvisados sanitarios algo le paralizó. La mujer que le salvó fuera, tirada en el suelo, inerte. Cuando la trajeron ya era tarde. Nada pudieron hacer por ella.




Pic: Nabila - Líbano Dic. 2006 (meses después de los ataques de Israel)

viernes, 18 de abril de 2008

global warNing


Si el mundo fuese capaz de toser, vomitaría sobre nosotros aguaceros de sangre y trozos de sus decrépitos pulmones en forma de granizo. La tormenta final, el acabose...

El ambiente irrespirable no le rodea, le posee. Está en su interior pudriendo su fuerza vital. Su alma planetaria. La naturaleza que nos sustenta y mata, a partes iguales.

La combustión le está prendiendo por dentro. Nota cómo arde su interior, cómo va muriendo poco a poco. Percibe los cambios que sufre. Es capaz de ver las manchas grisáceas que comienzan a cubrirle. Las erupciones irritan su corteza y su atmósfera se hace irrespirable, asfixiándole a él... y a nosotros.

Sufre la misma enfermedad que nosotros nos asusta hasta el extremo. Una masa tumoral de más de seis mil millones de células. Un cáncer cuya metástasis se extiende por todo el territorio habitable. Destruye las selvas, vuelve árida la tierra fértil, corrompe las aguas y el aire...

Drenamos su sangre, tan putrefacta ya, que es negra y espesa. La quemamos en un ritual energético que produce un humo tan denso que hace llorar nuestros ojos, que infecta las heridas que nosotros mismos causamos.

Los virus invaden un organismo, se extienden por él, colonizándolo. Dilapidan todos los recursos que puede ofrecerles y, cuando este roza la muerte, lo abandonan para buscar otro en el que desarrollarse...

Tengo claro que somos un virus, mi pregunta no es esa. La cuestión es: ¿A dónde iremos los humanos cuando el mundo muera?

jueves, 17 de abril de 2008

Un día más...


Encendió un cigarrillo. Como esperando que la pequeña llama que brotaba del mechero para prender la punta le calentase por entero. Sentado en aquella parada de autobús, con los dedos agarrotados, intentaba evadirse del frío pensando.

No era peor que cualquier otro día del invierno. Día, por decir algo, porque aún estaba lejos de hacer siquiera un leve ademán de amanecer. Como cada mañana esperaba allí, a oscuras, que las luces fluorescentes del 528 apareciesen justo al final de la calle, doblando la esquina, para llevarle a cumplir condena.

Ya ni siquiera se fijaba en lo que había a su alrededor, todo era mecánico, todo era lo mismo. Un algoritmo de comportamiento repetido hasta la saciedad, que resultaba invariable un día tras otro. Si no lo hacía con los ojos cerrados, era sólo para evitar dormirse.

Casi una hora después, ese sobrecogedor silencio se convertiría en el repetitivo martilleo de las máquinas de todas aquellas fábricas, de aquel parque industrial. Parque, sí, pero un parque gris. Como el humo que de él brotaba hacia el cielo, asfixiando su ánimo...

lunes, 14 de abril de 2008

La historia de otro... (II)


Los ojos de aquel anciano mostraban una mirada cansada. Quizá de ver la miseria y desesperación que envolvían cada milímetro de aquella ciudad como una atmósfera irrespirable de grisú. El mismo que, cada vez en más ocasiones, separaba para siempre a los mineros de sus familias. La última de las nobles razas de aquel desangelado lugar, ya en peligro de extinción.

Recorriendo la habitación con la vista, terminó por posarla sobre el crío que se encontraba sobre la alfombra, aparentemente despreocupado, jugando al lado del brasero de leña que caldeaba el gélido aire de un invierno implacable y cruel. Deseaba que el pequeño nunca olvidase la historia del pueblo y la famlia a los que pertenecía, pero anhelaba con mucha más fuerza que nunca tuviera que formar parte de ella:

- Pequeño Dimitri, ¿qué quieres ser cuando crezcas?

El muchacho ni siquiera tuvo que pensarlo, levantó la vista del juguete de madera que tenía entre las manos y con el que estaba ensimismado. El brillo de un chispazo en sus ojos acompañó su contestación:

- Escritor, quiero ser escritor.

- ¡Vaya! -- exclamó el anciano sorprendido -- y, dime, ¿por qué quieres serlo?

- Porque la imaginación es lo único que jamás podrán quitarme

El Deseo Irracional...


Hacía tiempo que los dos habían perdido el control. Sus cuerpos se fundían el uno con el otro en una especie de violenta coreografía a la que nadie había puesto música. Se besaban, no con cariño o ternura, sino como una necesidad vital que tenían que cubrir desesperadamente. Parecía que tan sólo en los labios del otro pudieran encontrar la bocanada de aire que les salvase de la asfixia.

Mirándose fijamente, el uno frente a la otra, caminaban como un solo cuerpo de manera torpe y descoordinada. Él, de frente, pero sin mirar más allá de sus ojos, y ella de espaldas, incapaz de percibir cualquier obstáculo que se encontrase entre los dos y la cama. Todo mientras se recorrían el uno al otro con sus manos y lenguas de manera obsesiva, más cercanos ya a la locura que al deseo.

Él dejó de acariciarla sólo el tiempo justo para hacer que la camiseta que la envolvía resbalase verticalmente desde su cintura, por sus costados hacia arriba hasta terminar desapareciendo, mezclándose con el suelo de la habitación, justo después de superar su cuello.

Entre los pasos y el ansia por sacarse las zapatillas, sus pies terminaron enredándose entre ellos, lo que hizo que cayeran sobre la cama de forma accidental tan sólo un segundo antes de que lo hicieran intencionadamente.

La temperatura de la habitación subía al mismo ritmo que las pulsaciones de sus ocupantes. No habían dejado de mirarse a los ojos desde el primer beso. Ambos aguantaban la mirada del otro, que decía mucho más de lo que hubiera podido expresarse con palabras. Además, ambos tenían cosas mejores que hacer con la boca que pararse a hablar.

Colocado sobre ella y agarrándole las manos contra la cama con las suyas, siguió besándola, hasta que empezó a escribir una historia con la punta de su lengua y la tinta de su saliva sobre el cuello de cisne de aquella Venus subida de tono. Cubrió la distancia que mediaba de su barbilla hasta su pecho, dejando un leve resto húmedo sobre el que después sopló con suavidad, haciéndola sentir un escalofrío en la nuca.

Tras el breve paréntesis en el que despegó la boca de su piel, volvió a besarla, esta vez en el vientre, y bajó por él con un reguero de besos y caricias que se derramaron hasta el ombligo, en el que se entretuvo jugueteando con su lengua un poco antes de seguir descendiendo para desabrochar con los dientes el botón de su pantalón...

jueves, 10 de abril de 2008

La historia de otro... (I)



Sentado sobre una de las escalinatas laterales miraba hacia el suelo enfrascado en pensamientos que sólo él conocía. La luz tenue de la aquella estancia favorecía el que pasase inadvertido entre el resto del mobiliario. Aquel pequeño teatro, perdido en un callejón tan céntrico como escondido, le hacía pensar y esbozar una media sonrisa.

Al fin y al cabo, se parecían mucho más de lo que podría pensarse. Al menos a él le daba esa impresión. Ambos se encontraban semiocultos entre la vorágine de la ciudad, que a menudo los engullía haciéndolos pasar desapercibidos. Aparentemente saneados por fuera, en su interior se encontraban cercanos al derribo, decrépìtos. Pero tenían algo especial...

En ese momento una voz al fondo de la sala se encargó de disipar sus pensamientos como una ráfaga de viento disuelve el humo denso de un cigarro en la atmósfera:

- Así que aquí es donde habías venido a esconderte, te estaba buscando. Creo que ha sido un éxito, tenemos posibilidades...

Él levantó la vista del suelo con gesto de no haber escuchado siquiera lo que acababan de decirle, con la mente aún anclada en el fondo de su océano de reflexiones:

- Estoy cansado - contestó -

- ¿De qué?

- De toda esta mierda, de vivir inventando historias...

- No seas estúpido. Lo que cuentas emociona a la gente. Cada vida que narras tiene la capacidad de alegrarles y entristecerles, de ponerles en tensión, de mantenerles expectantes, concentrados tan sólo en la siguiente frase, en la siguiente línea.

- Ese es el problema. No se si tengo ganas de seguir contando la historia de otro...

- Dimitri, amigo mío, en ese caso quizá haya llegado el momento de contar tu historia.