El chirrido de las aspas de aquella máquina de ventilación oxidada ya no le sacaba de quicio. Simplemente, se había convertido en una enervante sinfonía que acompañaba a cada uno de los ruidos que se producían fruto del trasiego de los obreros en la fábrica. Cada uno de ellos, a modo de desafinados instrumentos, sumaba un nuevo estímulo sonoro al paisaje semioscuro y grisáceo que conformaba aquella factoría industrial.
La luz se filtraba desde fuera por los huecos que las aspas dejaban al girar, perminitiendo que haces intermitentes golpeasen el suelo, apenas iluminándolo. Un tenue manojo de rayos de un sol tibio que le recordaba que fuera, tras los muros de aquella vieja fábrica, aguardaba el resto de un mundo que apenas conocía.
Sabía que estaba comenzando a oxidarse. Como el ventilador. Como todo dentro de esa factoría. El tiempo, inclemente con cosas y personas, hacía que el ambiente allí se cubriera de herrumbre paulatinamente, en un proceso del que ni siquiera los trabajadores más veteranos llegaban a recordar muy bien el comienzo. Cuando él entró por primera vez, todo se encontraba carcomido por el óxido ya. La diferencia era que ahora, era él el que estaba empezando a oxidarse.
Había pensado demasiadas veces en largarse, en dejar todo aquello sin saber muy bien hacia qué o hacia dónde encaminarse. En marcharse, casi sin despedirse, y sin sopesar siquiera la posibilidad de volver. Allí no había futuro para él, o al menos no el futuro que el quería. Lo cierto es que la posibilidad de volar hacia delante siempre le había asustado, pero al fin y al cabo, ¿qué tenía que perder?
- Joder, Dimitri – le gritó – esto es una fábrica de aceros. Si no estás atento, terminarás con los pies aplastados por alguna de las piezas. ¿Dónde coño tienes la cabeza?
El joven levantó la mirada, aún medio distraído entre sus pensamientos, cómo si la visión de su compañero de trabajo fuese una más de ideas que su cabeza entremezclaba:
- Estaba pensando en marcharme. – contestó –
- ¿En marcharte? Vamos, no digas estupideces, aún nos quedan más de tres horas de turno.
- No me has entendido, Lukas. No importa el tiempo que falte para que suene la sirena. Ya no. Estoy pensando en marcharme, en irme de verdad.
- ¿Ah sí? ¿Y qué piensa hacer el señorito con su vida? No seas estúpido Dimitri. Esto es lo mejor a lo que puedes aspirar.
- Sólo sé que no voy a seguir aquí ni un día más. Hoy voy a marcharme. Pienso escribir el comienzo de mi historia, como cualquier otra de las que he escrito.
- Piénsalo, ¿quien va a ayudar a un pobre diablo como tú? Sólo eres un polaco que no tiene nada más que su pluma. ¿De qué me hablas? Me estás hablando de comer poco y mal, de pasar los días con el frío aferrado a tus huesos, de dormir en la calle, de dificultades que terminarán destrozándote. Me estás hablando de una vida mucho peor que esta.
[Pic: Ventilador de fábrica oxidado - Bosnia 2008 - Laura Chacón. www.flickr.com/laurachacon Una vez más, gracias por ser mis ojos.]
Terminé tu lectrura con un áspero escalofrío, no imaginas lo fuerte que es la capacidad de emocinar con tan solo unas palabras, ha sido la misma sensacion que al terminar una buena pelicula pero mas intenso y mas rápido.
ResponderEliminarEspero que puedas valorarlo, no se si tu al releerte te emocionas, pero con tus palabras te conviertes en esa parte de omnipresencia que todos buscamos, ya que tan solo necesitas que te leamos para estar debajo de nuestra piel.
Grande, muy grande. Un beso