Su caminar errático no conduce a ninguna parte. Casi nunca anda con un destino concreto. Suele pasarle a quienes no tienen dónde ir. Se limita a vagar de un lado a otro, inmerso en pensamientos poco concretos e inconclusos, que le rodean como una bruma que no le permite ver el resto de las cosas. Como inmerso en otro mundo.
Tiene la mirada perdida en una realidad que ya apenas le resulta familiar. Conoce las calles por las que su vida discurre como la palma de su mano, pero no le parecen más reales que las de algún bodrio cinematográfico sobreactuado. Los pensamientos, difusos como el humo, se entremezclan con todo lo demás, manteniendo su cuerpo tan anclado a este mundo, como su mente al margen de él.
Es un repudiado, un paria, un desangelado. El residuo de un sistema que él mismo había compartido y ayudado a consolidar desde sus más profundas creencias, desde su educación. Miembro de un estado de bienestar, que dista años luz de estar remotamente bien.
En la calle no hay futuro. En la calle no existe el pasado. Las calles nos igualan a todos desde el momento en el que pasas a formar parte de ellas. Una especie de norma no escrita, tácita, invita a todos a olvidar su propia historia, y a no hacer preguntas sobre la de los demás. Nada importa salvo el presente, el futuro no puede calcularse más allá de la siguiente noche a la intemperie.
Hay quien no despierta, algunos mueren congelados, otros hambrientos. A otros les arranca la vida la droga o una paliza mal dada. El caso es que todos terminan muriendo. Y todos lo hacen solos, del mismo modo que han vivido.
Los días son infinitamente duros. Las noches, insoportables. Es en ellas, escondidos en cualquier lugar que les ampare, cuando los ruidos cesan, donde los fantasmas y demonios personales comienzan a devorarles en una soledad casi íntima, como un encuentro a solas del que nadie puede huir. Lo se porque lo he intentado.
Aunque han aprendido a vivir a mordiscos, sobreponiéndose a todo lo que a los demás nos parecería insalvable, aún conservan su humanidad. En la calle aún quedan ganas de ayudarse unos a otros. Aún queda quien comparte lo poco que tiene. Aún queda algún rastro de amor. Un tenue rayo de luz tibia que de vez en cuando ilumina sus oscuros callejones inundados de drama.
Un drama incompartido que tan sólo percibimos cuando, muy de vez en cuando, nos cruzamos con un fantasma empujando un destartalado carro lleno de retales de las vidas de otros que, como si de parches y remiendos se tratasen, consiguen arropar ligeramente la existencia de los que ya no tienen nada.
[Pic: La Puta Calle '08 - Laura Chacón - www.flickr.com/laurachacon - Dimitri quiere agradecer la inestimable ayuda de Laura Chacón, excelente fotógrafa y mejor persona, por ser los ojos de su corazón. Por poner la imagen exacta a los sentimientos que él expresa.]
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