lunes, 21 de abril de 2008

Libanophrenia


Aquel estruendo ensordecedor le asustó tanto que la taza que sostenía se precipitó hacia el suelo, estallando tras el impacto. El té comenzó a deslizarse sobre las baldosas. Las sirenas habían sonado, y durante un instante pareció que el mundo se hubiera callado. Y después, la marabunta.

El caos se apoderó de las calles y un ritmo desenfrenado inundó el ambiente volviendo al mundo loco. Sin siquiera echar la vista atrás atravesó la puerta de casa su casa, abandonándolo todo.

Corrió como un galgo, calle abajo. Su respiración entrecortada sólo fue el prefacio de la sensación de que los pulmones le ardían. Miles de pequeñas agujas metálicas incandescentes le perforaban el pecho produciendole una intermitente sensación de asfixia que duraba tan sólo el instante que tardaba en tragar una bocanada de aire, que tampoco le aliviaba durante mucho más.

Notaba las venas y arterias debajo de su piel, presionándola hacia afuerta. La cabeza empezó a dolerle palpitándole como si fuera a estallarle, pero en ese momento y para su sorpresa, una mundana trivialidad cruzíó su mente acallando el griterió que lo emborronaba todo. Deseaba no ser fumador. Esbiozó una leve sonrisa que tardó muy poco en desaparecer de su cara.

Un silbido agudo y nítido que provenía del cieló le heló la sangre y el sudor que el frenesí de la huída le habia provocado, se tornó gélido. Los bombardeos habían comenzado.

Al poco, las primeras explosiones inundaron el paisaje sonoro. Aquellos estallidos le desorientaba, y lo peor de todo eran el pitido constante que no le permitía concentrarse. Ya no sabía muy bien hacia donde tenía que correr. Pero en ese momento de indecisión, una mujer que tambíen huída de manera aparentemente caótica le agarró del brazo, apartándole con tanta fuerza, que ambos cayeron al suelo.

La fachada del eficio que se encontraba sobre la acera en la que estaba se desplomó, estando a centímetros de atraparles bajo los escombros. Se miraron a los ojos, y sin siquiera tener tiempo de agradecérselo, ambos supieron que debían ponerse en pie inmediatamente y seguir corriendo.

Las explosiones provocaron a una reacción en cadena. El aire prendido en fuego hizo estallar algunos vehículos. Las ondas expansivas y llamaradas hicieron a su vez, que varios edificios se desplomasen. Un pandemonio de caos "in crescendo".

A duras penas y con el corazón martilleando al borde del infarto, llegó al refugio. Cuandó entró se fundió en abrazos con la gente que se encontraba dentro. Algunos acababan de ver morir a sus familiares, y se consolaban unos a otros como podían. Y donde se encontraban los improvisados sanitarios algo le paralizó. La mujer que le salvó fuera, tirada en el suelo, inerte. Cuando la trajeron ya era tarde. Nada pudieron hacer por ella.




Pic: Nabila - Líbano Dic. 2006 (meses después de los ataques de Israel)

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