La noche era sin duda la más clara en lo que había transcurrido de año, lo que hacía que el brillo de las estrellas iluminase casi por completo aquel claro del bosque. Aún no lo sabía, pero muchas veces a lo largo de su vida volvería a buscar condiciones similares para poder pensar. Ni un solo atisbo de ruido y los destellos de un cielo que iluminaban el camino de sus ideas y pensamientos, un silencio sepulcral que sólo fue roto en aquella ocasión por una voz que sonó a su espalda:
- ¿Qué te ocurre Dimitri?, te noto triste…
El más joven de los dos salió del enfrascamiento cercano al trance en el que se encontraba. Parecía un poco desorientado, como si aún sabiendo que su acompañante se encontraba detrás suyo, jamás hubiera esperado que este despegase sus labios para hablarle. Ni se giró hacia su interlocutor, sin apartar la vista de las estrellas contestó a la pregunta:
- Es el cielo, Jano…
- No te entiendo.
- Cuando miro a las estrellas pienso en el universo. Es increíble. Todo gira en él de manera aparentemente desordenada. Cada una de esas luces se encuentra a una distancia que sería imposible de recorrer para cualquiera de nosotros. Me hace sentir insignificante, y eso me entristece.
El hombre más entrado en años pareció sopesar por un instante la reflexión del joven. No parecía una idea carente de sentido pero, mirándole desde detrás suya, contemplando a su vez las estrellas sobre el firmamento y torció el gesto con un leve resquicio de benévola resignación antes de volver a abrir la boca:
- Dimitri, eso es precisamente lo mejor de todo…
Ahora sí, el joven se giró hacia su interlocutor con una cara que denotaba una mezcla de desdeñosa incredulidad e irrefrenable curiosidad:
- Ahora soy yo el que no te entiende.
- Quiero decir que ese sentimiento de insignificancia debería reconfortarte, el saber que el día que desaparezcamos, pase lo que pase, el mundo seguirá girando sin nosotros…
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