martes, 29 de abril de 2008

El Beso...


La oscuridad que habitaba en aquel lugar le permitía ver poco más que el brillo de los ojos más bonitos que le habían mirado nunca. Fue lo último que contempló antes de cerrar los suyos y besarla.

Aunque lo había hecho en incontadas ocasiones a lo largo de su vida, aquella vez se apoderó de él una sensación renovada que le hacía sentir como si fuera la primera. Por un instante el mundo dejó de girar más allá de ellos dos.

Pudo notar su respiración agitada cuando acercó la boca a sus labios e intuyó que ella podía notar la suya. En aquel momento ambos estaban poseidos por el fantasma de una excitación que era capaz de nublarles el juicio.

Con las manos deslizándose por esa piel tersa, fina, suave, espalda arriba, unió sus labios a los de ella en una desesperada bocanada que le permitiera respirarla. Llenarse él, su boca, sus pulmones de del aliento del ángel que le guardaba aquella noche.

Unos dedos esbeltos y frágiles acariciaron su nuca para terminar abrazando su cuello, una precaución inútil, puesto que lo único que no pensaba hacer era alejarse, ni tan sólo un milímetro, del deseo que ella le provocaba.

Sus lenguas se entrelazaban de manera caótica dentro de sus bocas. Les resultaba imposible separarse el uno del otro, como unidos por una energía magnética que alborotaba hasta la última de sus partículas haciendo que la temperatura de aquel rincón aumentase a cada segundo.

Cuando al fin se separaron lo justo para respirar, a una distancia que les permitía seguir notando sus exhalaciones entrecortadas, volvió a abrir los ojos. Sus miradas se cruzaron tan de cerca que pudo verse reflejado en sus pupilas y, entonces, volvió a besarla...

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