lunes, 14 de abril de 2008
El Deseo Irracional...
Hacía tiempo que los dos habían perdido el control. Sus cuerpos se fundían el uno con el otro en una especie de violenta coreografía a la que nadie había puesto música. Se besaban, no con cariño o ternura, sino como una necesidad vital que tenían que cubrir desesperadamente. Parecía que tan sólo en los labios del otro pudieran encontrar la bocanada de aire que les salvase de la asfixia.
Mirándose fijamente, el uno frente a la otra, caminaban como un solo cuerpo de manera torpe y descoordinada. Él, de frente, pero sin mirar más allá de sus ojos, y ella de espaldas, incapaz de percibir cualquier obstáculo que se encontrase entre los dos y la cama. Todo mientras se recorrían el uno al otro con sus manos y lenguas de manera obsesiva, más cercanos ya a la locura que al deseo.
Él dejó de acariciarla sólo el tiempo justo para hacer que la camiseta que la envolvía resbalase verticalmente desde su cintura, por sus costados hacia arriba hasta terminar desapareciendo, mezclándose con el suelo de la habitación, justo después de superar su cuello.
Entre los pasos y el ansia por sacarse las zapatillas, sus pies terminaron enredándose entre ellos, lo que hizo que cayeran sobre la cama de forma accidental tan sólo un segundo antes de que lo hicieran intencionadamente.
La temperatura de la habitación subía al mismo ritmo que las pulsaciones de sus ocupantes. No habían dejado de mirarse a los ojos desde el primer beso. Ambos aguantaban la mirada del otro, que decía mucho más de lo que hubiera podido expresarse con palabras. Además, ambos tenían cosas mejores que hacer con la boca que pararse a hablar.
Colocado sobre ella y agarrándole las manos contra la cama con las suyas, siguió besándola, hasta que empezó a escribir una historia con la punta de su lengua y la tinta de su saliva sobre el cuello de cisne de aquella Venus subida de tono. Cubrió la distancia que mediaba de su barbilla hasta su pecho, dejando un leve resto húmedo sobre el que después sopló con suavidad, haciéndola sentir un escalofrío en la nuca.
Tras el breve paréntesis en el que despegó la boca de su piel, volvió a besarla, esta vez en el vientre, y bajó por él con un reguero de besos y caricias que se derramaron hasta el ombligo, en el que se entretuvo jugueteando con su lengua un poco antes de seguir descendiendo para desabrochar con los dientes el botón de su pantalón...
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