lunes, 5 de mayo de 2008

Aún así...


Se vio frente al espejo. Joven, inocente, bellísima. Conocía su cara mucho mejor que la de cualquier otra persona pero, estando allí, de pie, delante del cristal, ésta se le antojaba más extraña de lo que nunca le había parecido.

Aquella noticia la dejó helada. Y allí estuvo un buen rato sin moverse, completamente quieta, como una estatua de hielo. Ese estado de congelación se rompió cuando pudo ver en el reflejo que el cristal le devolvía, cómo sus ojos comenzaron a derretirse, formando lágrimas que resbalaron por su cara, despeñándose desde su barbilla hasta encharcar el suelo, formando un océano de angustia.

No supo que hacer. Le costaba hacerse una idea de cómo iba a afrontar aquella situación que, en tan sólo un instante, había hecho girar el sentido de su vida ciento ochenta grados, abriendo ante ella un nuevo camino de amarga incertidumbre.

Sería mentira decir que no sabía como se había metido en aquella camisa de once varas, había sido tonta, pero a esas alturas los lamentos no servían más que para recordarle lo estúpido de su comportamiento. Así pues, sacó fuerzas de la flaqueza de su famélico ánimo. Frente a sus ojos había aparecido un camino árido y lleno de obstáculos que estaba dispuesta a andar hasta el final, fuese cual fuese.

Sus ojos estaban aún encharcados, y en sus mejillas brillaban los surcos que las gotas de tristeza y desesperación habían ido dejando al deslizarse por su piel, pero un leve destello, casi imperceptible, los cruzó, devolviéndoles el brillo del que nunca debieron desprenderse. La luz de la fortaleza y la decisión volvía a iluminar sus pupilas, haciendo que irradiase la sensación de poder soportar todo aquello que de ahora en adelante viniese.

Convencida de que su familia no sería capaz de aceptar su elección, poco le quedaba que hacer en aquella casa. Tendría que marcharse irremisiblemente si quería llevar a cabo aquella empresa, puesto que la decisión ya estaba tomada, hasta las últimas consecuencias. Le dolía profundamente saber que no iba a contar con el apoyo de los que eran sus seres más queridos, pero eran otros tiempos, y estaba a un solo paso de convertirse en una repudiada.

Podía imaginar la reacción de sus padres, por eso la paralizó el miedo en primera instancia. Pero sólo en un primer momento, ya que la misma fortaleza de la que hizo gala a la hora de decidir, la envalentonó lo suficiente para que nada ni nadie le importase llegado punto. Saldría adelante, vaya que si lo haría.

De esta forma asumió que su vida iba a cambiar radicalmente y, del mismo modo, tuvo que digerir que iba a estar sola frente a todos estos cambios. Desde que era niña había querido estudiar enfermería, y estaba apunto de comenzar a hacerlo, incluso se llegó a matricular en la facultad ese mismo verano. Pero la decisión que tomó dio al traste con todos sus planes académicos. Tendría que buscar un trabajo, y tendría que hacerlo rápido.

No pudo evitar pensar en qué tipo de ocupación le esperaba. En aquellos tiempos, una mujer en su situación, sin estudios, ninguna experiencia laboral, soltera. Definitivamente, ocupaba el último escalón en un mercado laboral que no estaba, ni de lejos, pensado para ella. Así que más elegir, tendría que limitarse a aceptar la primera oportunidad que se le presentase y así poder salir adelante, le costase el esfuerzo que le costase.

Lo demás no le importaba demasiado, aunque eso no quería decir que no le importase. Podía imaginar fácilmente los comentarios maliciosos de los que sería objeto, las miradas de desaprobación, los cuchicheos y repentinos silencios a su paso y toda la suerte de lindezas que la gente iba a procurarle en lo sucesivo. Había elegido abanderar el peor visto de los pecados.

Aquellos ojos que no se dignarían a sostener su mirada, serían los mismos que se clavarían con desprecio en ella en el mismo momento que terminase de pasar por delante de esas personas, dejando su espalda al descubierto. Sabía que sería capaz de notar las punzadas de las miradas, igual de indiscretas que de maliciosas, que provocarían constantes heridas. Mas éstas no se reflejarían en su piel, sino en su corazón, desgarrando sus sentimientos y amenazando con desangrar su alma.

En ese momento, no pudo entender que lo que a ella le parecía una de las cosas más bonitas que tendría la oportunidad de hacer en la vida, pudiera llegar a ofender a alguien, y herir tantas sensibilidades.

Dejó de pensar un instante, intentando recapitular. Ciertamente, las expectativas no eran nada halagüeñas. Reparó automáticamente en que no iba a ser un campo de rosas. Es más, se encaminaba hacia un futuro arduo y duro, de sacrificios, renuncias y constantes esfuerzos que terminarían por marcar a fuego unas profundas ojeras en su cara.

Tendría que hipotecar su vida, haciendo que esta dejase de ser suya, para servir a una causa que resultaba obligada, ateniéndose a la decisión que ya había decidido tomar. Iba a abandonar en un solo día la mayoría de sus sueños, entre ellos, los de juventud. Porque aunque en su edad no se reflejase, iba a tener que crecer a marchas forzadas para encarar todo aquello que estaba apunto de venírsele encima.

Sacrificaría todo lo que siempre había querido hacer y, probablemente, la gran mayoría de cosas que quisiese hacer en un futuro, porque la situación lo exigía, de eso no había la más mínima sombra de duda. Una existencia servil, casi esclava.

Es difícil pensar que nadie aceptase esto por decisión propia, nada bueno parecía haber en todo lo que conllevaba la decisión que había tomado. Probablemente los problemas y agobios le quitarían el sueño más noches de las que le dejarían dormir. Su energía se iría consumiendo, junto con su juventud, dejando paso a la mujer madura que sería bastantes años después.

En más de una ocasión creería arrepentirse del camino que eligió y, justo en ese instante, todavía frente al espejo, volvió a llorar. Pero esta vez no era la angustia, ni la tristeza, ni la desesperación, ni la incertidumbre, ni nada que apretase amargamente su corazón lo que la hizo derramar las lágrimas.

Se dio cuenta al fin, que frente a todo aquello que pesaba del lado negativo de la balanza, habría una razón que la impulsaría para hacer frente a todo lo que se le pusiera por delante y que, al final, siempre conseguiría estirar la comisura de sus labios para arrancarle la sonrisa. Una razón... Sólo una.

Porque sabía que la vida que ante ella se abría iba a ser la más dura entre todas las posibles, y aún así decidió tenerme.

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