Le llamaban Don, por no llamarle cualquier otra cosa. Caminaba por las calles del pueblo ajeno a las miradas indiscretas que provocaba a su paso. Llamaba la atención, siempre vestido de forma estrambótica y actuando como si a su alrededor no hubiese nadie.
Corrían sobre él numerosos rumores, desde que había abandonado a su familia, adinerada y de buena posición, huyendo en un ademán de locura, hasta que su vida fue un mísero camino de mendicidad y desequilibrio.
Algunos de ellos habían llegado hasta sus oidos, pero jamás se molestó en confirmar o desmentir, ni siquiera tuvo interés en hablar con ninguna de esas personas para exigir una explicación de lo que estaba oyendo sobre él.
Y así pasaba el tiempo. Cuando salía de su casa atraía las miradas de las gentes del lugar, caminaba sin rumbo aparente, pero sabiendo siempre a donde se dirigía. Cuando no pisaba la calle, eran los mismos niños del pueblo los que, alimentando leyendas de chiquillos intentaban espiarle a través de las ventanas de su casa, esperando ver un laboratorio secreto.
Lo cierto es que nadie logró jamás saber quien era, a que dedicaba su vida, o que era lo que le hacía soñar, sentir.... vivir. Pero hubiera bastado con preguntárselo.
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