Entró el último en aquella sala de apariencia estudiantil. Sabía que era el último porque la única silla libre era la que estaba destinada a él. Al menos, su presencia estaba en parte aceptada por el resto, aunque no le era ajeno que para la gran mayoría de los allí presentes, él no era mucho más que un invitado incómodo del que no se sabe muy bien el motivo de la visita.
Se dirigió al fondo de la sala, hacia la silla que estaba reservada para él. Aunque ni se molestó en mirar a su alrededor, intuía perfectamente las miradas de desaprobación que se iban clavando en su espalda como puñaladas cuando rebasaba el punto en el que cada una de aquellas personas dejaba de poder mirarle de frente. No era bien recibido, y tampoco él se sentía cómodo entre aquellos individuos hostiles.
Aquel ambiente no le agobiaba. Sentía por casi todos los ocupantes de la habitación la misma lástima que ellos sentían por él. No eran más que meros ciegos incapaces de ver más allá de su exquisito entendimiento racional. El mismo que encorsetaba sus mentes de tal forma que los convertía en eruditos imbéciles.
Tomó asiento junto al resto, despojándose de las gafas de sol que le habían acompañado durante el trayecto. Miró hacia delante, donde se encontraba el mayor de todos ellos, un anciano con el pelo cano y, sin hacer caso de una señal que prohibía fumar, encendió un cigarrillo entre las miradas de desaprobación del resto.
- Nos encontramos aquí – dijo el anciano mirándole fijamente – para discernir sobre lo necesario de nuestra asistencia en lo sucesivo. Sólo hablamos de criterios de utilidad, Dimitri. Como comprenderás, hay personas que no entienden ni comparten las razones de tu presencia en este grupo.
- Tranquilo Jano, entiendo que vuestras encorsetadas y cuadriculadas mentes científicas os impidan comprender mis motivaciones y la importancia de lo que yo hago…
El semblante del anciano cambió por completo al escuchar la contestación. Su gesto se tensó marcando de manera exagerada las facciones de su mandíbula. Algunas venas se hincharon hasta dejar un relieve visible en su cuello y su frente, y los ojos se le inyectaron denotando la ira que en aquel momento le recorría por entero:
- Insolente – bramó fuera de sí – ¿Cómo te atreves a cuestionar nuestra obra? Los hombres que ahora mismo te rodean son médicos que salvan vidas, químicos que desarrollan vacunas, ingenieros que hacen avanzar la tecnología, arquitectos que diseñan los edificios en los que vives. Ellos hacen posible todo lo que tú conoces. ¿Y tú?, insignificante escritor ¿Cuál es tu utilidad en el mundo?
- Jano, viejo amigo – contestó con aparente desgana, sin siquiera mirarle – Yo construyo sueños…
prometo leerte más en adelante.en cuanto saque un poquito de tiempo, parece interesante
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