jueves, 8 de mayo de 2008

Alquitrán...



Cruzó el marco de la puerta en dirección a la calle y encendió un cigarrillo. Una densa neblina cubría todo unos metros más allá y la humedad le calaba el cuerpo.

Envuelto en una gabardina de piel, con bufanda y sombrero bien calado caminaba por la acera en dirección contraria al resto del mundo, cruzando su mirada con todos y cada uno de los viandantes. Coincidencia de trayectorias, ningún atisbo de intención.

Los automóviles pasaban por la calle proyectando agua sobre las aceras en forma de salpicaduras y el frío mataba lentamente a los indigentes que se refugiaban en esquinas y cajeros, cubiertos con lo poco que habían logrado reunir. Pero parece que sólo él caía en la cuenta de esto...

Nadie se fijaba en nadie, nadie cruzaba palabras. Un mundo en silencio lingüístico que sólo se comunicaba mediante el ronroneo de los motores de los escasos coches que circulaban por la calle esa noche.

El humo del cigarro subía flotando hasta confundirse con la niebla, y sus pensamientos también. Cayó en la cuenta de la corrupción personal, de la falta de solidaridad humana, de como cada cual andaba siguiendo su camino, propio, que no compartía con nadie más.

Personas de naturaleza impermeable, que no dejaban filtrarse, ni hacia dentro ni hacia fuera, los sentimientos y emociones propias y del mundo. Que viendo en su vida lo único digno de mención, menospreciaban todo lo demás sin siquiera pararse a pensar en que cualquiera de esas otras personas que bien podrían haber sido él o ella.

Y llegado a este punto comprendió, por fin, lo que pasaba. Y es que de tanto caminar sobre el alquitrán, este había comenzado a trepar por las piernas de las personas, cubriendo cada vez mas partes de sus cuerpos, hasta petrificarlos. A ellos y a sus corazones.

Y lo supo con tanta certeza, porque a él estaba comenzando a pasarle....

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