jueves, 22 de mayo de 2008

Resurrección

A una velocidad vertiginosa aquel proyectil metálico trazó una trayectoria rectilínea que, muy a su pesar, cruzaba directamente por el sitio en el que se encontraba su cabeza. Después de eso todo fue uno, ni llego a sentir el dolor, ni siquiera que sus piernas dejaban de recibir impulsos desde el cerebro para mantenerlo en pie. Mucho menos notar como se desplomaba inerte en el suelo, regándolo con su sangre.

Sus ojos se abrieron, tuvo que esforzarse por despegar los párpados, como si algo realmente pegajoso los uniera, y no vio nada. Un mal sueño, se dijo, pero le había parecido tan real... Allí donde estaba no había luz y, cuando intentó levantarse algo sobre él se lo impidió.

A duras penas y a puros huevos, como una rata acorralada, salió de allí. Sus manos arañaron todo lo que encontraron a su paso. Primero de manera algo tímida y poco después, como guiadas por una desesperación cercana al desquiciamiento que le profería más fuerza de la que jamás había notado dentro de su ser, comenzó a arrancar cada uno de los obstáculos que formaban uno sobre él. El suelo en el que estaba enterrado.

Y para su sorpresa, llegó un momento en el que no hubo nada que arrancar. Sus manos se lograron abrir paso hasta un medio infinitamente menos denso, en el que podían moverse suavemente, sin tener que vencer ningún tipo de resistencia. Poco a poco, el resto de su cuerpo fue alcanzando la superficie y, cuando la mitad de el asomó por aquel agujero, dejo su pecho caer sobre el suelo y respiró.... sí, respiró. Lo hizo profundamente y el aire le supo raro, pero volvió a correr por sus pulmones, hinchando su caja torácica con cada una de las inspiraciones.

No sabía cuanto tiempo había pasado, ni siquiera sabía demasiado bien quien era. Y que coño, no tenía ni la más remota idea de por qué había vuelto a levantarse. Eso sí, ahora sabía que al otro lado, no había nada.

Desde entonces vaga de manera errática sin prestarle atención a nada ni a nadie. Como inmerso en un ligero estado de trance que rara vez se ve interrumpido por algún tipo de estímulo.

Camina entre vosotros con la mirada perdida, sin fijarla en casi nada. De hecho, desde entonces la luz le molesta y la evita escondiéndose bajo unas gafas de sol. Quizá sea eso, o que como todos aquellos que traman algo, prefiere que nadie sepa a donde miran sus ojos.

Sólo muy de vez en cuando, en el momento menos pensado, un leve deje de sonrisa socarrona y cínica, que nada tiene que ver con la alegría cruza su rostro cambiándole el gesto, como prefacio de una de esas pequeñas e inútiles cosas que a él le parecen sencillamente geniales y le mantienen en pie un poco más. Como una nueva burla al adiós definitivo, una prórroga....

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