miércoles, 28 de mayo de 2008
Imaginación
En una jungla de asfalto encontraba callejones de flora selvática, densa y exuberante, habitados por animales extintos, que confluían con grises polígonos industriales plagados de fábricas. Las mismas que vomitaban un humo opaco e irrespirable que intoxicaba el aire, haciendo enfermar al mundo.
Veía océanos en pequeños charcos. Profundos y azules. En un día de lluvia era capaz de inventarse el calor, sólo para poder refrescarse en esa laguna mental. Incluso notaba el sol y la brisa embriagadora que le hacía cerrar los ojos y dejar que el sonido de las olas meciera su mente.
Era un viajero, uno muy especial. No conocía París, pero había estado en lugares donde nadie más existía. Tan lejos que no se les ocurriría siquiera buscarle. Playas tropicales y áridos desiertos, al borde de la deshidratación. El suelo, el cielo, el mundo, el cosmos...
Conocía el paraíso y el infierno, incluso sus vidas anteriores y el secreto del Karma. Y nada terminaba siendo como el había pensado. Pequeñas detonaciones hacían volar trozos de su imaginación, que se entrelazaban en el aire atraídos por una fuerza mayor que le arrebataba el control y hacía que sus pensamientos bailasen seducidos por la música de Orfeo, como bestias indomables.
En completo silencio, su mente componía complicadas sinfonías improvisadas, que no eran necesariamente musicales, las palabras construían metáforas y símiles tan poderosos como la más impactante de las imágenes. Poseía la gama de colores más variada y los matices eran incalculables. El podía construir los entornos más idílicos u horrendos según le viniera en gana.
jueves, 22 de mayo de 2008
Resurrección
Sus ojos se abrieron, tuvo que esforzarse por despegar los párpados, como si algo realmente pegajoso los uniera, y no vio nada. Un mal sueño, se dijo, pero le había parecido tan real... Allí donde estaba no había luz y, cuando intentó levantarse algo sobre él se lo impidió.
A duras penas y a puros huevos, como una rata acorralada, salió de allí. Sus manos arañaron todo lo que encontraron a su paso. Primero de manera algo tímida y poco después, como guiadas por una desesperación cercana al desquiciamiento que le profería más fuerza de la que jamás había notado dentro de su ser, comenzó a arrancar cada uno de los obstáculos que formaban uno sobre él. El suelo en el que estaba enterrado.
Y para su sorpresa, llegó un momento en el que no hubo nada que arrancar. Sus manos se lograron abrir paso hasta un medio infinitamente menos denso, en el que podían moverse suavemente, sin tener que vencer ningún tipo de resistencia. Poco a poco, el resto de su cuerpo fue alcanzando la superficie y, cuando la mitad de el asomó por aquel agujero, dejo su pecho caer sobre el suelo y respiró.... sí, respiró. Lo hizo profundamente y el aire le supo raro, pero volvió a correr por sus pulmones, hinchando su caja torácica con cada una de las inspiraciones.
No sabía cuanto tiempo había pasado, ni siquiera sabía demasiado bien quien era. Y que coño, no tenía ni la más remota idea de por qué había vuelto a levantarse. Eso sí, ahora sabía que al otro lado, no había nada.
Desde entonces vaga de manera errática sin prestarle atención a nada ni a nadie. Como inmerso en un ligero estado de trance que rara vez se ve interrumpido por algún tipo de estímulo.
Camina entre vosotros con la mirada perdida, sin fijarla en casi nada. De hecho, desde entonces la luz le molesta y la evita escondiéndose bajo unas gafas de sol. Quizá sea eso, o que como todos aquellos que traman algo, prefiere que nadie sepa a donde miran sus ojos.
Sólo muy de vez en cuando, en el momento menos pensado, un leve deje de sonrisa socarrona y cínica, que nada tiene que ver con la alegría cruza su rostro cambiándole el gesto, como prefacio de una de esas pequeñas e inútiles cosas que a él le parecen sencillamente geniales y le mantienen en pie un poco más. Como una nueva burla al adiós definitivo, una prórroga....
miércoles, 21 de mayo de 2008
La Haine (escena final)
Tras el sonido de la explosión Vinz se desplomó en el suelo mientras su sangre, y parte de sus sesos, salpicaban la puerta del coche patrulla.
Me encontraba a tan sólo un par de metros. A ese jodido madero se le había ido la mano y la pistola se le había disparado desparramando el contenido de la cabeza de Vincent por el suelo. El cerdo sólo quería asustarle, y ahora era él el que estaba atenazado por el pánico. Ese puto trozo de escoria uniformada se había cagado de miedo...
El hijo de la gran puta acababa de despachar a Vinz y sólo le preocupaban las consecuencias que ese acto de brutalidad pudiera tener para su carrera policial. Y entonices comencé a notarlo...
Mis músculos empezaron a tensarse, se me secó la boca y los ojos se me enrojecieron, llegando incluso a arderme. No era capaz de respirar con normalidad. Notaba como mi presión sanguínea iba en aumento, al igual que mis pulsaciones.
Me resultaba imposible pensar, pero tampoco me hacía falta, algo dentro de mí ya había tomando la decisión, por muy fatal que esta fuese. No existía ni un mínimo espacio para el temor a represalias. Primero Abdel, luego Vinz... el siguiente podría ser Said... o yo. Y en ese momento mi brazo se levantó por la fuerza de un resorte invisible y encañonó con el revólver al puto madero, colocando la boca del arma a tan sólo unos centímetros de su nariz.
En mi cabeza, dos voces, mi conciencia y mi experiencia, intentaban hacerme recapacitar. Ambas sabían que apretar el gatillo sería también mi propia muerte. Con la última fuerza residual aquel hijo de puta me descerrajaría un tiro entre las cejas que pondría fin a mi vida, junto con la suya.
Pero no apretarlo tampoco me proporcionaría la seguridad de salir vivo de aquello. Y aún en caso de hacerlo, sabía lo que vendría después. En ese mismo instante el odio terminó de nublar mi mente por completo y destruyó cualquier rastro de comportamiento racional que en mí pudiera quedar. Porque el odio es una emoción, y estas siempre terminan apoderándose de nosotros, por encima de la cordura.
La sangre me hervía, me encontraba completamente paralizado por la ira y, aunque desde mi lado más racional sabía que no debía disparar, lo hice.
[Pic: Escena final de la película "La Haine" (El Odio) - Dirección y Guión: Mathieu Kassowitz - 1995]
martes, 20 de mayo de 2008
Los Quijotes...
Corrían sobre él numerosos rumores, desde que había abandonado a su familia, adinerada y de buena posición, huyendo en un ademán de locura, hasta que su vida fue un mísero camino de mendicidad y desequilibrio.
Algunos de ellos habían llegado hasta sus oidos, pero jamás se molestó en confirmar o desmentir, ni siquiera tuvo interés en hablar con ninguna de esas personas para exigir una explicación de lo que estaba oyendo sobre él.
Y así pasaba el tiempo. Cuando salía de su casa atraía las miradas de las gentes del lugar, caminaba sin rumbo aparente, pero sabiendo siempre a donde se dirigía. Cuando no pisaba la calle, eran los mismos niños del pueblo los que, alimentando leyendas de chiquillos intentaban espiarle a través de las ventanas de su casa, esperando ver un laboratorio secreto.
Lo cierto es que nadie logró jamás saber quien era, a que dedicaba su vida, o que era lo que le hacía soñar, sentir.... vivir. Pero hubiera bastado con preguntárselo.
lunes, 19 de mayo de 2008
KlanDestinoS..
Las nubes tapaban las estrellas y la luna, realmente, la noche era perfecta. Las puertas del automóvil se abrieron y acto seguido, dos pares de zapatillas pisaron el suelo desprendiendo un leve crepitar al rozar con la arena del camino.
Un duo figuras alargadas que se ocultaban bajo sendas capuchas se dibujaron en la noche. No de manera nítida y diferenciable, sino más bien como una serie de trazos infinitamente leves que establecían contornos casi difusos en mitad de toda esa oscuridad.
Comenzaron a caminar, ambos, uno detras del otro, enfilados directamente hacia el objetivo que previamente se habían fijado. De forma casi mecánica lanzaron una bolsa de deporte por encima de aquella verja, que sonó metálica al impactar con el suelo. Acto seguido saltaron ellos.
Después todo fue una coreografía innata bailada al son de los latidos de dos corazones acelerados. La adrenalina subía desde los pies hasta el craneo y el olor a aerosol embriagaba sus conciencias.
Con el último trazo, justo el que estampó en el muro las firmas de los autores, un haz de luz cruzó el cielo yendo a posarse directamente sobre ellos. Se miraron a los ojos y, sin siquiera pensarlo, comenzaron a correr en direcciones opuestas. Divide y venceras.
Aunque se habían separado, lo que sentían era exactamente lo mismo. La garganta les ardía. Respiraban de manera entrecortada y esto les provocaba flato y palpitaciones, pero tenían que seguir corriendo. Aquellos hijosdeputa les perseguían como a terroristas, y parecían no tener otro divertimento para esa noche.
Pero una vez más escaparon haciendo equilibrios por el filo de la navaja. Esperaron escondidos el tiempo prudencial estipulado, y se llamaron por teléfono. Entre risas acordaron quedar en recoger el coche y volver a casa.
Unas horas más tarde volvieron, ya de día, para sacar una fotografia...
[Dimitri quiere agradecer esta fotografía a Beatriz "La Rubia" http://www.fotolog.com/rubia__13 y dedicar el texto a: KDS (more than 40 metres, u know)]
miércoles, 14 de mayo de 2008
El Villano...
Allí estaban los dos, justo al final del camino que los había llevado a encontrarse en aquella situación. Se conocieron mucho tiempo atrás y, aunque nunca llegaron a ser amigos, sentían una especie de necesidad el uno del otro. Y en aquel sombrío lugar, los dos solos, mirándose a los ojos, encaraban el principio del fin,
No habría cuartel en aquella ocasión, ninguno de ellos iba a conceder clemencia ni a pedirla. Uno de los dos terminaría muerto, y sólo eso pondría fin a dos vidas enfrentadas desde sus comienzos. Ambos lo sabían...
Sus espadas se cruzaron con tanta violencia que el chillido metálico hizo huir a los pájaros de sus nidos en bandada. Con cada nuevo golpe las chispas iluminaban una noche tan negra como la misma garganta del infierno. Seguían clavando los ojos en los de su adversario, como si allí pudieran descifrar su próximo movimiento.
Aquel baile marcial adquirió un ritmo endiablado al compás de la rabia y los estertores viscerales que les hacían moverse como auténticas bestias, destruyendo todo aquello que tocaban.
Y en ese momento, un golpe afortunado. La misma sangre que resbalaba por la hoja de su espada salpicó el suelo y su contrincante cayó malherido y desarmado. Ahí terminaba todo:
-¿Por qué? – preguntó el que aún seguía en pie –
-¿Aún no lo sabes? ¿Ni siquiera eres capaz de intuirlo? Estás más perdido de lo que pensaba. No pienses que lo que hago es gratuito, como todos los seres vivientes, yo también tengo una finalidad.
-Me cuesta creerlo. Lo único que has aportado es caos y destrucción.
-Tú lo has dicho, mi cometido es simple. Para que pueda haber héroes es necesaria la existencia de villanos.
-Estás equivocado.
-No, amigo mío, eres tu el que se equivoca continuamente. Yo tengo mis propias motivaciones, aunque te parezcan terribles. Yo persigo un objetivo. Tú, en cambio, dedicas tu patética vida a detenerme.
-Al menos yo tengo vida, cosa que tu estás apunto de perder...
-Sí, pero cada cosa a su tiempo. Sólo me pregunto, ¿Qué harás cuando atravieses mi corazón con tu acero y yo deje de existir?
martes, 13 de mayo de 2008
El amor y otros fantasmas...
Del amor y otros fantasmas poco se sabe. Se hace imposible estudiar su naturaleza por su carácter volátil y esquivo. Atraviesan igual muros que personas, pero sólo en estas últimas consienten detenerse, allanando su interior.
Una vez dentro, toman el control del cuerpo de su anfitrión, y en este caso, también el de su mente. Hacen que actuemos de formas poco corrientes, incluso extrañas, cercanas a lo que por los demás es interpretado como locura. Y todos tienen un denominador común: cuando semejante huésped abandona su temporal alojamiento, el espíritu del anfitrión queda deshecho, helado, en parte neutralizado y destruido. Pero finalmente, por extraño que parezca, la herida termina curándose...
"Y un falso te quiero tanto
aguaceros de llanto
el desencanto
dejó huella
y me hizo madurar,
para olvidar
metí mis lágrimas en una botella
y la lancé al mar"
Nach
lunes, 12 de mayo de 2008
Cartas desde el psiquiátrico (I)
Todos los días Mario camina a la cocina. Busca. Taza, leche, café, galletas. No hay galletas, las galletas no están. Mario sabe donde están las galletas, pero allí no hay galletas. Mario se pone nervioso. Mario golpea la taza, cae al suelo y se rompe estrepitosamente. Mario llora. Angustia. Mario oye pasos. Uno, y otro, y otro más.
La puerta se abre, Mario lo oye. Mario ve una señora. Señora buena, agradable, señora siempre cuida a Mario. Mario la reconoce. Mamá...
Mamá abraza a Mario, le seca las lágrimas. Mamá saca galletas de un sitio donde no están normalmente. Mario tranquilo. Taza, leche, café, galletas....desayuno. Mario desayuna. Tele encendida. Mario no la mira. Mario nunca mira.
Mario camina al armario, lo abre, primero una puerta, después la otra. Mario mira dentro. Primer cajón, calzoncillos. Segundo cajón, calcetines. Mira a la izquierda, pantalones colgados. Mario abre otro armario. Camisetas y jerseys.
Todo en su sitio, todo bien. Mario está bien.Mario se viste. Calcetín derecho. Calcetín izquierdo. Calzoncillos. Camiseta, pantalón y jersey. Mario vestido. Mario siempre se viste así, todos los días. Mario vestido, Mario tranquilo...
Yo soy Mario, y si hablase tal vez os diría que soy autista. Si supiera que lo soy
viernes, 9 de mayo de 2008
La historia de otro... (V)
Entró el último en aquella sala de apariencia estudiantil. Sabía que era el último porque la única silla libre era la que estaba destinada a él. Al menos, su presencia estaba en parte aceptada por el resto, aunque no le era ajeno que para la gran mayoría de los allí presentes, él no era mucho más que un invitado incómodo del que no se sabe muy bien el motivo de la visita.
Se dirigió al fondo de la sala, hacia la silla que estaba reservada para él. Aunque ni se molestó en mirar a su alrededor, intuía perfectamente las miradas de desaprobación que se iban clavando en su espalda como puñaladas cuando rebasaba el punto en el que cada una de aquellas personas dejaba de poder mirarle de frente. No era bien recibido, y tampoco él se sentía cómodo entre aquellos individuos hostiles.
Aquel ambiente no le agobiaba. Sentía por casi todos los ocupantes de la habitación la misma lástima que ellos sentían por él. No eran más que meros ciegos incapaces de ver más allá de su exquisito entendimiento racional. El mismo que encorsetaba sus mentes de tal forma que los convertía en eruditos imbéciles.
Tomó asiento junto al resto, despojándose de las gafas de sol que le habían acompañado durante el trayecto. Miró hacia delante, donde se encontraba el mayor de todos ellos, un anciano con el pelo cano y, sin hacer caso de una señal que prohibía fumar, encendió un cigarrillo entre las miradas de desaprobación del resto.
- Nos encontramos aquí – dijo el anciano mirándole fijamente – para discernir sobre lo necesario de nuestra asistencia en lo sucesivo. Sólo hablamos de criterios de utilidad, Dimitri. Como comprenderás, hay personas que no entienden ni comparten las razones de tu presencia en este grupo.
- Tranquilo Jano, entiendo que vuestras encorsetadas y cuadriculadas mentes científicas os impidan comprender mis motivaciones y la importancia de lo que yo hago…
El semblante del anciano cambió por completo al escuchar la contestación. Su gesto se tensó marcando de manera exagerada las facciones de su mandíbula. Algunas venas se hincharon hasta dejar un relieve visible en su cuello y su frente, y los ojos se le inyectaron denotando la ira que en aquel momento le recorría por entero:
- Insolente – bramó fuera de sí – ¿Cómo te atreves a cuestionar nuestra obra? Los hombres que ahora mismo te rodean son médicos que salvan vidas, químicos que desarrollan vacunas, ingenieros que hacen avanzar la tecnología, arquitectos que diseñan los edificios en los que vives. Ellos hacen posible todo lo que tú conoces. ¿Y tú?, insignificante escritor ¿Cuál es tu utilidad en el mundo?
- Jano, viejo amigo – contestó con aparente desgana, sin siquiera mirarle – Yo construyo sueños…
jueves, 8 de mayo de 2008
Alquitrán...
Cruzó el marco de la puerta en dirección a la calle y encendió un cigarrillo. Una densa neblina cubría todo unos metros más allá y la humedad le calaba el cuerpo.
Envuelto en una gabardina de piel, con bufanda y sombrero bien calado caminaba por la acera en dirección contraria al resto del mundo, cruzando su mirada con todos y cada uno de los viandantes. Coincidencia de trayectorias, ningún atisbo de intención.
Los automóviles pasaban por la calle proyectando agua sobre las aceras en forma de salpicaduras y el frío mataba lentamente a los indigentes que se refugiaban en esquinas y cajeros, cubiertos con lo poco que habían logrado reunir. Pero parece que sólo él caía en la cuenta de esto...
Nadie se fijaba en nadie, nadie cruzaba palabras. Un mundo en silencio lingüístico que sólo se comunicaba mediante el ronroneo de los motores de los escasos coches que circulaban por la calle esa noche.
El humo del cigarro subía flotando hasta confundirse con la niebla, y sus pensamientos también. Cayó en la cuenta de la corrupción personal, de la falta de solidaridad humana, de como cada cual andaba siguiendo su camino, propio, que no compartía con nadie más.
Personas de naturaleza impermeable, que no dejaban filtrarse, ni hacia dentro ni hacia fuera, los sentimientos y emociones propias y del mundo. Que viendo en su vida lo único digno de mención, menospreciaban todo lo demás sin siquiera pararse a pensar en que cualquiera de esas otras personas que bien podrían haber sido él o ella.
Y llegado a este punto comprendió, por fin, lo que pasaba. Y es que de tanto caminar sobre el alquitrán, este había comenzado a trepar por las piernas de las personas, cubriendo cada vez mas partes de sus cuerpos, hasta petrificarlos. A ellos y a sus corazones.
Y lo supo con tanta certeza, porque a él estaba comenzando a pasarle....
martes, 6 de mayo de 2008
El camino...
En muchas ocasiones ni siquiera alcanzamos el sitio al que nos dirigimos, puesto que ante las bifurcaciones que se abren continuamente, solemos decidir desviarnos por un motivo u otro, dando lugar a un giro que nos llevará irremisiblemente a un destino que no es el que en principio pretendíamos.
Esto hace que del camino, lo más importante sea el paso siguiente, por tanto, el camino en sí. Es el camino y no el destino el que nos brinda las experiencias que nos hacen aprender, crecer y mejorar como personas. Por esa misma razón, el camino es la vida.
Dado que el destino es el logro, y el camino el transcurso en el que vivimos hasta que quizá lleguemos a conseguir lo que nos proponemos, elegir nuestro propio camino es lo más importante del viaje, puesto que significa elegir nuestra propia vida.
lunes, 5 de mayo de 2008
Aún así...
Se vio frente al espejo. Joven, inocente, bellísima. Conocía su cara mucho mejor que la de cualquier otra persona pero, estando allí, de pie, delante del cristal, ésta se le antojaba más extraña de lo que nunca le había parecido.
Aquella noticia la dejó helada. Y allí estuvo un buen rato sin moverse, completamente quieta, como una estatua de hielo. Ese estado de congelación se rompió cuando pudo ver en el reflejo que el cristal le devolvía, cómo sus ojos comenzaron a derretirse, formando lágrimas que resbalaron por su cara, despeñándose desde su barbilla hasta encharcar el suelo, formando un océano de angustia.
No supo que hacer. Le costaba hacerse una idea de cómo iba a afrontar aquella situación que, en tan sólo un instante, había hecho girar el sentido de su vida ciento ochenta grados, abriendo ante ella un nuevo camino de amarga incertidumbre.
Sería mentira decir que no sabía como se había metido en aquella camisa de once varas, había sido tonta, pero a esas alturas los lamentos no servían más que para recordarle lo estúpido de su comportamiento. Así pues, sacó fuerzas de la flaqueza de su famélico ánimo. Frente a sus ojos había aparecido un camino árido y lleno de obstáculos que estaba dispuesta a andar hasta el final, fuese cual fuese.
Sus ojos estaban aún encharcados, y en sus mejillas brillaban los surcos que las gotas de tristeza y desesperación habían ido dejando al deslizarse por su piel, pero un leve destello, casi imperceptible, los cruzó, devolviéndoles el brillo del que nunca debieron desprenderse. La luz de la fortaleza y la decisión volvía a iluminar sus pupilas, haciendo que irradiase la sensación de poder soportar todo aquello que de ahora en adelante viniese.
Convencida de que su familia no sería capaz de aceptar su elección, poco le quedaba que hacer en aquella casa. Tendría que marcharse irremisiblemente si quería llevar a cabo aquella empresa, puesto que la decisión ya estaba tomada, hasta las últimas consecuencias. Le dolía profundamente saber que no iba a contar con el apoyo de los que eran sus seres más queridos, pero eran otros tiempos, y estaba a un solo paso de convertirse en una repudiada.
Podía imaginar la reacción de sus padres, por eso la paralizó el miedo en primera instancia. Pero sólo en un primer momento, ya que la misma fortaleza de la que hizo gala a la hora de decidir, la envalentonó lo suficiente para que nada ni nadie le importase llegado punto. Saldría adelante, vaya que si lo haría.
De esta forma asumió que su vida iba a cambiar radicalmente y, del mismo modo, tuvo que digerir que iba a estar sola frente a todos estos cambios. Desde que era niña había querido estudiar enfermería, y estaba apunto de comenzar a hacerlo, incluso se llegó a matricular en la facultad ese mismo verano. Pero la decisión que tomó dio al traste con todos sus planes académicos. Tendría que buscar un trabajo, y tendría que hacerlo rápido.
No pudo evitar pensar en qué tipo de ocupación le esperaba. En aquellos tiempos, una mujer en su situación, sin estudios, ninguna experiencia laboral, soltera. Definitivamente, ocupaba el último escalón en un mercado laboral que no estaba, ni de lejos, pensado para ella. Así que más elegir, tendría que limitarse a aceptar la primera oportunidad que se le presentase y así poder salir adelante, le costase el esfuerzo que le costase.
Lo demás no le importaba demasiado, aunque eso no quería decir que no le importase. Podía imaginar fácilmente los comentarios maliciosos de los que sería objeto, las miradas de desaprobación, los cuchicheos y repentinos silencios a su paso y toda la suerte de lindezas que la gente iba a procurarle en lo sucesivo. Había elegido abanderar el peor visto de los pecados.
Aquellos ojos que no se dignarían a sostener su mirada, serían los mismos que se clavarían con desprecio en ella en el mismo momento que terminase de pasar por delante de esas personas, dejando su espalda al descubierto. Sabía que sería capaz de notar las punzadas de las miradas, igual de indiscretas que de maliciosas, que provocarían constantes heridas. Mas éstas no se reflejarían en su piel, sino en su corazón, desgarrando sus sentimientos y amenazando con desangrar su alma.
En ese momento, no pudo entender que lo que a ella le parecía una de las cosas más bonitas que tendría la oportunidad de hacer en la vida, pudiera llegar a ofender a alguien, y herir tantas sensibilidades.
Dejó de pensar un instante, intentando recapitular. Ciertamente, las expectativas no eran nada halagüeñas. Reparó automáticamente en que no iba a ser un campo de rosas. Es más, se encaminaba hacia un futuro arduo y duro, de sacrificios, renuncias y constantes esfuerzos que terminarían por marcar a fuego unas profundas ojeras en su cara.
Tendría que hipotecar su vida, haciendo que esta dejase de ser suya, para servir a una causa que resultaba obligada, ateniéndose a la decisión que ya había decidido tomar. Iba a abandonar en un solo día la mayoría de sus sueños, entre ellos, los de juventud. Porque aunque en su edad no se reflejase, iba a tener que crecer a marchas forzadas para encarar todo aquello que estaba apunto de venírsele encima.
Sacrificaría todo lo que siempre había querido hacer y, probablemente, la gran mayoría de cosas que quisiese hacer en un futuro, porque la situación lo exigía, de eso no había la más mínima sombra de duda. Una existencia servil, casi esclava.
Es difícil pensar que nadie aceptase esto por decisión propia, nada bueno parecía haber en todo lo que conllevaba la decisión que había tomado. Probablemente los problemas y agobios le quitarían el sueño más noches de las que le dejarían dormir. Su energía se iría consumiendo, junto con su juventud, dejando paso a la mujer madura que sería bastantes años después.
En más de una ocasión creería arrepentirse del camino que eligió y, justo en ese instante, todavía frente al espejo, volvió a llorar. Pero esta vez no era la angustia, ni la tristeza, ni la desesperación, ni la incertidumbre, ni nada que apretase amargamente su corazón lo que la hizo derramar las lágrimas.
Se dio cuenta al fin, que frente a todo aquello que pesaba del lado negativo de la balanza, habría una razón que la impulsaría para hacer frente a todo lo que se le pusiera por delante y que, al final, siempre conseguiría estirar la comisura de sus labios para arrancarle la sonrisa. Una razón... Sólo una.
Porque sabía que la vida que ante ella se abría iba a ser la más dura entre todas las posibles, y aún así decidió tenerme.