sábado, 6 de febrero de 2010

Te doy mis ojos


Existen muchos tipos de ojos. Grandes, pequeños, rasgados, redondos, azules, verdes, marrones… Podemos catalogar los ojos de un individuo dentro de grandes grupos diferenciados, hasta llegamos a clasificar a las personas en función de estas distinciones. Pero jamás cometeríamos el error de decir que unos ojos son iguales a otros.

Dicen que son la parte del cuerpo que más muestra de nosotros. Hay miradas lascivas, ojos de cordero degollado, algunos nos ponen ojitos, hay ojos inyectados en sangre, miradas burlonas, lágrimas de cocodrilo, incluso podemos quedarnos con los ojos en blanco. Al fin y al cabo el amor es ciego y, si las miradas matasen…

A mí, particularmente, me gustan los ojos bonitos. Creo que en eso no soy muy diferente al resto. Coincidirán conmigo en que resultan ser un atributo de lo más cautivador. Unos ojos bonitos nunca molestan, siempre son un activo para aquel o aquella que los posee. Pero no son los mejores ojos que se pueden tener y , de hecho, tampoco son mis preferidos.

Existe otro tipo al margen del resto. Su apariencia externa da igual, puesto que parece ser que el secreto de su belleza se encuentra en el interior. La córnea filtra la luz justa y el iris se adapta perfectamente a ella para que el reflejo invertido en la retina plasme una imagen sencillamente genial.

Esos son los que me interesan, los que me roban el alma cuando me topo con ellos. Para este tipo de ojos una cámara sólo es un instrumento de memoria. Les sirve para congelar el instante en el que llegan a mejorar la composición de la realidad y la distorsionan hasta el punto en el que la convierten en arte.

Es entonces cuando una especie de fuego vital se desata en la mente de esa persona. Comienza con un leve crepitar que rápidamente se convierte en una llamarada abrasadora, como si a través de las pupilas entrase un potente catalizador que provoca un violento estallido.

Durante ese baile ígneo es cuando tiene lugar un proceso casi mágico en el que la excitación se apodera del artífice en un primer momento, para luego pasar a poseer al espectador. Esto resulta ser, en última instancia, una transferencia vital en la que las emociones trascienden saliendo de una persona y entrando en otra, haciéndoles compartir algo especial.

Dicen que los ojos son el espejo del alma porque reflejan nuestro ánimo con inusitada sinceridad, estoy de acuerdo. Pero si esto es cierto, debemos admitir también que las miradas son el espejo del mundo. No me refiero a las miradas que nos profieren los demás como una acción interpersonal, sino a la visión particular de cada uno como una creación propia que puede ser compartida con los demás.

El acto de mirar se convierte de este modo en la capacidad de producir una realidad propia que sintoniza con los sentimientos de los demás ya sea por sus implicaciones, como por simple conexión emotiva inconsciente.

Los ojos de los que hablo son los que en ese proceso dejan como producto final pequeñas piedras preciosas. Obras llamativas, capaces de transmitir una emoción o de ayudar a que podamos hacernos una idea de la mirada, la realidad, que esta viviendo esa persona.

Miradas capaces de ilustrar una historia, de sugerirla e incluso de crearla. Créanme, se de lo que hablo...


Pic: Bel Photography
http://www.flickr.com/photos/belphotography





Quiero dedicar este relato a todos los que accedéis gratuita y desinteresadamente a ser mis ojos, porque vuestra es buena parte del mérito de que este espacio siga adelante. Vosotros sabéis quien sois. Todo mi cariño agradecimiento.

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