- ¿Podría relatar los hechos de manera concisa?
- Empezaré por el principio. Hace tiempo que observo un problema endémico en la sociedad en la que vivo, mucha gente pasa necesidad. Estuve un tiempo dándole vueltas a cómo podría yo, una persona con tan poca capacidad de acción, que se limita a etiquetar y colocar productos en un supermercado...
- Sea breve, no tenemos todo el día. - Me he declarado culpable y ahora va a escucharme y transcribir lo que le diga palabra por palabra, porque los impuestos que pago así lo exigen y porque si no, no firmaré nada y alegaré defectos de forma en el proceso citándole a usted como principal responsable. Eso si es que no me autolesiono en el calabozo a cabezazos contra cualquier pared y acuso a todo el turno de agentes de estas dependencias de haberme maltratado abusando de su autoridad.
- Continúe...
- Decía que no sabía como una persona con una capacidad de decisión sobre temas trascendentes tan nimia podía ayudar a paliar algo que cada vez ahogaba más a la gente que me rodeaba. Entonces lo entendí, el que tiene las llaves abre las puertas. Aproveché que era el nivel más bajo en la jerarquía y que era a mí a quien me correspondía tirar a la basura los productos cercanos a caducar. Comencé a redirigir el flujo de productos a un lugar distinto a los contenedores de basura.
- Para eso tuvo usted que tener cómplices necesariamente.
- Duendes, meigas, extraterrestres, banqueros honrados y un par de seres etéreos. No me haga perder el tiempo con detalles que no vienen a cuento. El caso es que conseguí ir sacando artículos de alimentación. Al principio de manera tímida, después sin pudor ninguno. Recuerdo que un día se pillaron los dedos con un pedido de pollos que les salía barato, fue un gran día, al menos para mi barrio, el gerente del centro no creo que piense igual.
- ¿Y no pudo parar ahí?
- No creí que debiera parar. Es más, mi compañero de turno me sorprendió en mitad de una redistribución y ahí supe que todo era cuestión de ir cuesta abajo hasta estrellarme. Así que le amenacé con reventarle la cabeza, y digo textualmente, reventarle la cabeza, si decía algo. En mi descarga diré que podía culparme a mí sin problema cuando todo se destapase.
- En mitad de un robo. - He dicho redistribución, y así quiero que conste. - ¿Qué pasó entonces? - Que pude empezar a sacar más mercancía más a menudo. Y no digo en su connivencia, sólo sin su oposición, la cosa es que empezaron a salir más cosas.
- ¿Y el cargo de robo continuado con alevosía? - Ah sí, eso. Verá agente, las personas no sólo necesitan comer y hay ciertos artículos que no caducan, los inventarios se hacen dos veces al año y era tan fácil que no pude resistirme. Empecé a coger horas extras y turnos dobles para aumentar mi capacidad de acción. Además, eso servía para ganar la confianza de mis superiores, aunque mi trabajo era otro, mi puesto en esa empresa hacía tiempo que sólo era una excusa. Ya sabe, el que tiene las llaves...
- Pero a la fuerza tendría que haber alguien para distribuir toda esa mercancía. - Claro, yo ya no tenía tiempo. Además, es mejor compartimentar las funciones. - ¿Quién? - Joder, pues los de siempre, los que reparten regalos e ilusión. Los Reyes Magos y Papá Noel. - Si no quiere tener más problemas mejor que no intente reírse de nosotros.
- Le juro que fue así.
Dimitri Ryznard. Cuentos del desastre.