Decir que no se había fijado en aquella mujer hubiera sido, además de una flagrante mentira, un insulto a la inteligencia de cualquiera. La verdad es que llevaba tiempo sin poder parar de observarla mientras ella siquiera se daba cuenta.
Quizá sería demasiado simplista reducirlo todo a la química entre personas, pero resultaba tan magnética que por momentos se sentía atraído como una insignificante viruta de hierro sometida a la fuerza de un poderoso imán. Al igual que sus pies, pegados al suelo por la acción de la gravedad, sus ojos eran incapaces de separarse del camino que conducía hacia ella.
Si los cerrase, seguramente podría reproducir de manera muy fidedigna su apariencia. Recordaba perfectamente su pelo, negro como la noche más inclemente del año, pero muchísimo más suave.
Sus ojos, oscuros como el fondo de un pozo, resultaban igual de profundos. En ellos se podía encontrar un abanico de emociones tan amplio que, cualquiera que hubiera querido interpretarlas, se hubiera perdido irremisiblemente como un náufrago en el mar. Era capaz de despertar desde el cariño más inocente, hasta la lujuria y el deseo mas desenfrenados.
Aunque refiriéndose al deseo, su boca destacaba de manera notable sobre todo lo demás. Le encantaba escucharla hablar, conversar con ella. Pero anhelaba ciegamente acallar sus palabras besándola.
Apareció un día por pura casualidad, sus vidas nada tenían que ver la una con la otra. De no ser por los designios del azar, lo más parecido al destino que estaba dispuesto a aceptar como real, jamás habrían topado el uno con el otro.
A veces la observaba, en la distancia, como no queriendo interferir en el desarrollo de su vida diaria. La miraba embelesado mientras ella se dedicaba a vivir, manteniéndose al margen y procurando que ella no fuera capaz de percibirlo.
En una de esas ocasiones, sentado en una terraza en la que había quedado con un amigo para concretar ciertos asuntos, este le preguntó al verle con la mirada aparentemente perdida, ausente por completo:
- ¿Qué estás mirando?
- Un pedazo del paraíso. – contestó volviendo rápidamente al mundo real –
Su compañero le miró extrañado durante un instante antes de soltar una pequeña carcajada tan amistosa como cínica:
-Observa el mundo, no te engañes. Hace mucho que el paraíso no está a nuestro alcance.
Él le miró con desgana, como si el comentario no hubiera sido más que una prolongación de sus pensamientos puesta en boca de otro. Volvió a mirarla de lejos, su jornada laboral había acabado y la vio perderse entre el gentío que abarrotaba la calle antes de contestar:
- Lo sé, a eso me refería.